La fotografía, distribuida por su agencia de publicidad, apareció en casi todos los medios, con el anuncio de que controla a los guardias penitenciarios y que puede provocar una huelga. El tema no es menor, y es un eslabón más en la cadena de zipi-zapes que el connotado reo ha tenido con su antiguo amigo y camarada y que ahora, al ocupar la cartera de Gobernación, se ha convertido en su enemigo. Pero lo que nos interesa comentar no son sus desplantes de militar rebelde y reo peleonero, sino el mensaje implícito en la serigrafía de su camiseta: cien por ciento anticomunista.
Si consideramos, como un simple dato, que el sujeto cumple condena por el asesinato de un obispo a quien sus amigos, financistas, maestros, mentores y publicistas consideran un cura comunista, la asociación resulta simple: luego de más de quince años de cometido el crimen el reo confiesa que sí, él es responsable de ese asesinato porque él cumple a pie juntillas el catecismo del anticomunismo: a los comunistas hay que eliminarlos.
No es él una persona de debates y discusiones ideológicas, él es un hombre de acción. Se considera preso político porque, desde su escala de valores, su acción fue una acción política. Que consistió en segar la vida de un religioso indefenso, y que el crimen fue perpetrado con toda la alevosía y ventaja, esas son, según parece, cuestiones circunstanciales, desconsideradas desde su perspectiva ideológica.
Declarándose valeroso y el más macho de los machos, hasta ahora el exmilitar siempre ha negado su participación en el crimen. A diferencia de la inmensa mayoría de los terroristas y radicales del mundo que, perpetrado el crimen, lo justifican desde su radicalismo político religioso, el anticomunista de la camiseta, como la inmensa mayoría de los que en este país profesan su visión de mundo, no logran tener las agallas ni la fuerza ideológica para asumir sus culpas. Torturaron y asesinaron a sus víctimas contando con la protección del anonimato, escondidos en mazmorras donde sus víctimas no pudieran identificarlos y, descubiertos, juran y perjuran no haber sido ellos los responsables. Ellos mismos se avergüenzan en público de sus actos, aunque entre sus secuaces y camaradas los presuman.
Pero ahora su camiseta lo dice todo: él actúa como todo un anticomunista y sus acciones las justifica desde esa creencia. Participó en el asesinato de un obispo porque sus creencias así se lo pidieron.
Como todos los fundamentalistas, los anticomunistas no consideran al criticado como su opositor, sino como un obstáculo a eliminar. Nótese que no se llaman contrarios, sino anti. Usted puede ser ateo, musulmán, cristiano, roquero, rapero o vegetariano, pero quienes lo critican nunca se autonombrarán anti ateo, anti cristiano, anti roquero o anti vegetariano. Simplemente se identificarán como lo que son, en positivo, y si deciden criticar al otro lo harán en el debate, en el discurso y, en muchos de los casos, en la práctica. El “anti”, en cambio, desprecia al otro, y está dispuesto a quitarlo de su camino porque lo desprecia.
El reo, convicto y ahora confeso, es reflejo vivo y consecuencia de toda esa cultura “anti” que el radicalismo conservador construyó en nuestro país en la segunda mitad del siglo pasado. Para él y los suyos, el muro no ha caído, las sociedades y el pensamiento de izquierda no han evolucionado, las derechas son las mismas de hace 50 años. Su comprensión del comunismo, como posiblemente de muchas otras cosas, está basada en caricaturas, en informaciones simplistas e incompletas. En panfletos.
Es, sin más ni menos, ejemplo evidente de los portadores de lo que ya en otros espacios hemos llamado el Síndrome de Onoa, en referencia al soldado japonés que pasó combatiendo en solitario en Filipinas porque no aceptaba que el Ejército japonés había sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial. Para ellos, el mundo se ha detenido en el tiempo que les es conveniente y, para el reo en cuestión, lo que a sus intereses y negocios importa.
Pero la camiseta y su portador no son solo muestra evidente de lo horrendo y macabro del crimen cometido. Son muestra de una sociedad en la que aún esos prejuicios, esas actitudes carentes de argumentos se pasean por corredores universitarios y programas radiales. Algunos, avergonzados o confusos, esconden su anticomunismo en su antipopulismo, sin animarse a la discusión de fondo, a la argumentación basada en evidencia.
Es necesario dejar claro que el reo no lo es por razones políticas, sino por un asesinato vil y cobarde, clara y diáfana muestra, eso sí, de lo que es el anticomunismo.