Contra el silencio

El silencio es la ausencia de sonido alguno. Es la falta de ondas sonoras perceptibles y, por lo tanto, de vibraciones que nuestro cuerpo pueda sentir y nuestro cerebro descifrar.

Sin embargo, estoy segura de que hay un silencio abrumador que se escucha, que nos hace temblar. Es aquel parido del miedo, que esconde lo que pensamos y que grita adentro de cada uno de nosotros. El silencio en ausencia tanto de lenguaje como de voz: por el que optamos conscientemente.

Guatemala es una sociedad construida en el silencio: no se habla de los años de guerra, tampoco de la violencia que vivimos a cada vuelta de esquina o en las cuatro paredes de la propia casa. Cuando nos atrevemos, lo hacemos quedito. Escondemos nuestros dolores, nuestros sufrimientos. No es casual. Cuando se habló de las injusticias, cuando se dijo que se quería un país diferente, cuando se preguntó por aquellos que no regresaron a casa por la tarde, se impuso el terror con más fuerza. Para denunciar los crímenes de guerra, muchos han luchado por hacerse escuchar durante décadas, pero, llegado el momento de hablar, la sociedad lo niega y reprocha. Y el Estado excepcionalmente escucha. Nadie se escapa. El silencio persigue. Nos toca enfrentarlo a todos en este país. No es una vez, sino varias, casi constantemente. Encararlo y saber que, aun enfrentándolo, es posible que no cambie mucho.

En los años de la guerra, las mujeres escribieron sobre el silencio propio y el de la sociedad ante lo que sucedía. Era la imposibilidad de no decir más alto qué estaba pasando, pero saberlo y no hacerlo por miedo real a la muerte, como acto de sobrevivencia. Fueron muchos los papás, los curas, los compañeros, los poetas, las poetas que escribieron:

Sin sonido,
sin tiempo fijo,
sin límites precisos,
por todas partes
y a toda hora,
este toque de queda
—inaudible—
lo escuchamos
por dentro.

Como Luz Méndez de la Vega.

El tiempo ha corrido, pero el silencio ha sido más elocuente. Hoy callamos los nombres de los culpables del hambre, de la pobreza, de la violencia, del Estado al gran servicio de los pocos. Quieren que no los digamos, que no señalemos, que no preguntemos. A la entendible postura del silencio le siguió la muy reservada indiferencia cobarde. A continuación, la parálisis social ante lo evidente.

¿Cuál es la acústica de nuestra voz? Es la transmisión de nuestra resistencia al poder, que busca obligarnos a cerrar la boca y aguantar. ¿Qué nos vibra adentro al escucharnos rebelarnos al silencio? La desobediencia al orden impuesto. El mundo se hace presente en el lenguaje. Nuestra realidad es aquello que logramos convertir en palabras, en sonidos, en gestos y en silencios duros pero no cómplices. Nuestra habla y nuestro verbo como defensa, a través de la historia, contra todo aquello que atenta contra la vida.

Por eso, entre muchas otras cosas, se sigue escribiendo.

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