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El ansiado paso de Guatemala por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas parece que estará marcado por la mediocridad y la falta de visión.

Llegados allí más por un favor de la gran potencia que por méritos propios, nuestro Gobierno no ha sido capaz —o al menos no nos lo ha hecho público a los ciudadanos— de mostrar independencia con relación a los grandes problemas mundiales, mucho menos de asumir un papel activo en la construcción de la paz mundial. La manera como se está intentando imponer una visión de mundo y de poder en Siria es un ejemplo vehemente de la incapacidad de nuestra diplomacia de construir un discurso alternativo de cara a la paz mundial, y no solo de servir de cajas de resonancia y manos levantadas a favor de lo que desde la Casa Blanca y el Pentágono se decide. 

Como se sabe, la oposición financiada y armada por los países ricos con una tradición colonialista que no logran superar no ha sido capaz de construir un efectivo y real proceso unitario —de cuyas dificultades, por cierto, los guatemaltecos somos experiencia viva—. También ha sido incapaz de poder avanzar en un proceso de negociación que le permita lograr su supuesto objetivo principal —modificar las relaciones de poder— sin desangrar a la población civil. Como lo ha dicho Javier Solanas (El País, 29 de agosto), si en la Conferencia de Ginebra (30 de junio de 2012) se hubiese puesto toda la determinación y la tenacidad necesarias para buscar una solución internacional y árabe, respetando la idiosincrasia de esas sociedades, no estaría sucediendo lo que ahora se lamenta. 

En Siria, como ya sucedió en Libia, las fuerzas insurgentes adiestradas y armadas por las grandes potencias apenas si han conseguido pírricos avances, por lo que los poderes externos, con intereses geoestratégicos y económicos en la región, comienzan a desesperarse y quieren acelerar la modificación del escenario no por razones humanitarias, pues los muertos y refugiados ya se cuentan por centenas de miles, sino por simples intereses geopolíticos. 

No está en juego en la región el modelo de extracción y construcción de capitales, sino simplemente la posibilidad incipiente de construir una primitiva y aún difusa democracia, la que se ahoga en la disputa sectaria y tribal por el poder absoluto. Allí la presencia y acción de las potencias no es la solución, sino, lamentablemente, parte principal del conflicto. 

La acusación encontrada en este caso ha sido el uso de parte del Gobierno sirio de armas químicas contra la población civil, como hace 10 años fueron las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak, y los halcones del Pentágono quieren ser los productores de más sangre, y no simples espectadores, para así tener todos los réditos económicos que las guerras les proporcionan. 

Pasando todo esto, hasta ahora no conocemos cuál es la posición del Gobierno, particularmente importante porque se tiene un asiento en el Consejo de Seguridad, duramente peleado contra Venezuela en época del gobierno Berger, concedido como premio a esa actitud al final del gobierno Colom y ejercido en sus dos años (2012-13) por el gobierno Pérez-Baldetti. Guatemala tiene la triste experiencia de las intervenciones estadounidenses (1954), y en consecuencia hay elementos reales para oponerse a una acción unilateral sin la aprobación de las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad. Pero también tenemos la experiencia de crímenes contra la humanidad cometidos por el régimen militar en sus evidentes 15 años (del aranismo a Mejía Víctores —de 1970 a 1985—), cuando, mientras algunos se decían críticos a esos comportamientos criminales y boicoteaban la venta de armamento al régimen, otros, muy ufanos, apoyaban los bombardeos que la Fuerza Aérea de Reserva (aviones privados piloteados por privados) efectuó en el departamento del Quiché, tal y como se anotó recientemente en interesante y valiente nota publicada en esta Plaza Pública (www.plazapublica.com.gt/content/los-militares-y-la-elite-la-alianza-que-gano-la-guerra). 

Guatemala, pues, tiene elementos de peso para oponerse a una acción militar internacional sin el apoyo amplio de la comunidad internacional. Su papel en el Consejo de Seguridad es clave, si no para detener el voraz deseo de los duros del gran capital de la guerra por continuar con su sangriento negocio, sí para demostrar internamente que el pasado de represión y tortura al servicio de intereses venales nacionales y extranjeros ha sido superado. 

Una posición clara y drástica en favor del respeto por las normas internacionales es la única salida que tiene el régimen de Pérez-Baldetti para convencer al mundo de que la propuesta de legalización de las drogas no es solo una pose, sino porque el país, al menos desde su institucionalidad gubernamental, está a favor de la paz y de la negociación y porque queda atrás nuestro pasado de sangre y represión. 

Veremos pronto, pues, de qué color se pone el chaleco de la paz el Gobierno.

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