Mi ir siendo mujer se ha ido construyendo en el colegio, en mi familia, en la iglesia, en la universidad, en las calles de la ciudad y en los medios. Somos seres humanos y pertenecemos a una sociedad que influye en nosotras, las ideas y los paradigmas nos permean y, sin darnos cuenta, pertenecemos a una masa de gente que se comporta, se viste y habla igual o casi igual.
Muchas veces quise ser otra, verme de otra forma. Y otras muchas veces intenté hacer cosas para parecerme a esas otras mujeres.
Pero hubo un día en el que dejé los tacones. Fue por accidente. Jugando fútbol tuve un esguince y lo primero que tuve que hacer fue ir a comprar zapatos bajos porque no tenía. Sólo usaba de tacón. Odié la idea porque no me “sentía” mujer y no me “estilizaba la figura”. Al poco tiempo de usarlos, mi primera reacción fue sentir lo increíblemente cómodo que era caminar así. Ya no tenía que fingir una sonrisa después de caminar cien metros. Y de repente me di cuenta que sin usar tacones seguía siendo mujer.
Hubo otro día en el que dejé de maquillarme. Algo jamás pensado porque cuando andaba sin maquillaje no me gustaba mi cara. Me veía ojeras, ojos pequeños y el color de la piel no uniforme. También fue por accidente, porque una mañana no me dio tiempo de hacer el ritual del maquillaje. Y de repente empecé a apreciar mi verdadera cara y que seguía siendo linda.
Hubo otro día en el que decidí soltar mis colochos y dejar de esconderlos. En el colegio recuerdo que casi todas las niñas tenían su pelo liso, algunas más claro, al igual que su color de piel y me preguntaba por qué no podía verme así, más “normal”, como en los anuncios. Desde pequeña, cuando mi mamá me llevaba al salón de belleza, no había quién no se horrorizara con mi melena. Pero con el tiempo me di cuenta me encanta mi piel morena y mis colochos. Y los solté. Y los seguiré soltando aunque cada vez que llegue a cortarme el pelo, me recomienden siempre un planchado o alisado químico.
Y así, ha habido otros días en los que me he sentido más libre, más yo. Hubo otro día en el que por fin me decidí a usar sandalias a pesar de que mis pies no son como los de las revistas. Otro día dejé de desear tener una nariz más respingada. Y hubo otro cuando dejé de preocuparme por cenar ensaladas. Un día de éstos espero dejar de arrancarme mis primeras canas y las dejaré crecer en paz y con orgullo.
Recuerdo que hace años, mientras hacía cola en el supermercado, leí un artículo de una revista para mujeres que daba tips de cómo ser una “diva”. Uno de esos era no perder el glamour ni para ir al mercado un domingo por la mañana. Y es que por todos lados estamos bombardeadas con reglas para ser consideradas “verdaderas” mujeres, femeninas y bonitas. Y así, a muchas se nos va la vida, avergonzadas de nosotras mismas, tratando de escondernos y de ser esa otra, y se nos olvida vivir y disfrutar la vida con nosotras mismas.
No es fácil aislarse de todos esos mandamientos que pasan por la “aceptación social”. Sigo siendo parte de esta sociedad y mundo. De vez en cuando sigo usando tacones y maquillándome, pero cuando yo quiero. Ya no porque es un requisito para sentirme mujer. Soy yo y me enorgullezco de mis raíces afrodescendientes (junto con otro chirmol) que me dan mi piel morena y una cabellera rebelde y desordenada. Ojalá me lleguen muchos otros días para darme cuenta de más cosas y que sigamos dando grandes pasos, como cuando las mujeres descubrimos que no es cierto lo que sale en la televisión: que sin maquillaje somos lindas y sin tacones seguimos siendo nosotras.