La iniciativa surgió en las redes sociales. Nació de un grupo de columnistas junto con líderes de asociaciones estudiantiles que pusieron no sólo la chispa sino el fuego completo para construir diálogo y demostrar que el diálogo también construye.
Mi rol de moderadora me permitió ver a estos jóvenes en acción durante los entretelones de la actividad. En 24 horas se organizaron y en tres semanas el foro había pasado de una idea en un chat virtual al Auditorio de la Rafael Landívar en un lleno total. Complementario al liderazgo ejemplar de los organizadores, fue notorio el alto interés y la calidad de preguntas de los jóvenes de la audiencia.
Además del excelente aporte del tema del debate (con la tácita pregunta: Y después del juicio, qué?), el evento nos dio a muchos la esperanza en una nueva generación, con líderes progresistas, que piensan fuera de la caja, que se organizan, que se abren a los demás y que creen en la discusión –y no la imposición− de las ideas. En palabras de uno de los panelistas, Alex Balsells, “de veras se enchina la piel viendo estos estudiantes siendo críticos y proactivos”.
OSCURO. Desde hace varios meses veo venir una nube oscura acechando a algunos estudiantes de los cursos que desarrollo en la universidad. Comencé a ver bajones en rendimiento, ausencias, desempeño por debajo del potencial. Salvo excepciones, el factor común ha sido que un alto porcentaje de estudiantes (un promedio de 4 de cada 10) trabajan en centros de llamadas o call centers, como son más conocidos por su nombre en inglés.
Este fin de semana me refrescó el tema un artículo periodístico. Coincidente con lo reportado, los comentarios de los jóvenes en mis clases acerca de la experiencia de trabajar en estos call centers son variopintos. Desde quienes están contentos porque ganan dinero que les permite seguir estudiando, hasta quienes se quejan de las condiciones de trabajo, en donde les toman el tiempo hasta para ir al baño.
De acuerdo con lo que he visto en las aulas, las implicaciones de este boom de los call centers en nuestro país van más allá de las oportunidades que enfocaba el artículo de prensa. Los entrevistados del reportaje, representantes de estas empresas y de la gremial nacional que aglutina varias de estas corporaciones, mencionan la diversidad de ventajas que estos empleos representan. Aplaudo sí que provean oportunidades de empleo para los jóvenes. Pero ¿y qué de las repercusiones a largo plazo y más allá del ámbito económico inmediato?
Por más que me lo pinten como una oportunidad de desarrollo, tal y como funciona hasta ahora, yo más lo veo es una maquila de cerebros. De nuestros mejores cerebros, que es lo peor. Estos centros de llamadas reclutan la crema y nata de nuestro sistema, jóvenes universitarios con dos o más idiomas. El reportaje alardea que se les paga un 15 por ciento arriba del salario mínimo. ¿Es eso suficiente para jóvenes cuasi licenciados o ingenieros que representan la cúspide de la pirámide de formación en nuestro país? Los chicos dicen que necesitan estos trabajos para pagar sus clases, pero resulta que pierden las clases porque no llegan o llegan demasiado cansados de los turnos extenuantes.
Sí, el país necesita fuentes de empleo para estos jóvenes, ¿es esta la única opción que podemos ofrecerles? Es cierto, se les enseña el valor del trabajo (el trabajo dignifica al hombre, me dijeron desde pequeña) pero ¿bajo qué esquemas? Eficiencia medida contra reloj, en tareas mecánicas, con poca o ninguna orientación a especializarse en sus áreas de estudio, trabajo–por−dinero. ¿Es a lo único que pueden aspirar nuestros jóvenes?
Muy buena opción puede ser, pero debería ser sólo eso. Una opción y no la única alternativa. Necesitamos expertos investigando las consecuencias de esta industria al parecer encargada de emplear a lo más alto de la generación venidera. Necesitamos legisladores y gobierno diseñando una política integral y no sólo respondiendo a la demanda. Nos urgen oportunidades verdaderas para estos jóvenes con tanto potencial. Nos urge asegurarnos que estos jóvenes están en la dirección correcta para emanar más luz y no opacar su brillo.