Ciudad de pago y ciudadanía empresarial

“Divercity” es una iniciativa colombiana que abre sus puertas en 2006 en Bogotá. Nace, como dice la página oficial, “como respuesta a la necesidad de crear una nueva alternativa de diversión para los niños y las familias colombianas”. Es una opción por jugar y aprender a ser ciudadano, al mismo tiempo.

Una empresa guatemalteca trae la franquicia al país e instala la ciudad de los niños dentro de un centro comercial, una idea que se replica a escala mayor y sin ser ilusión, en Cayalá, pero también en cada uno de los malls que ahora son los nuevos espacios públicos que son privados. La inversión es de más de Q.56 millones, la entrada cuesta Q.90 para los niños entre las edades de 3 y 13 años, y Q.60 para adultos, los más pequeños no pagan. 

Aunque la idea me gusta, no puedo dejar de contextualizarla en nuestra realidad. Guatemala es un país en donde se intenta bajar el salario mínimo siempre, y este año no ha sido la excepción. Una familia que tiene la suerte de que ambos padres lo reciban en  un trabajo formal, ganan Q2,530 con una bonificación de Q500; si están en una maquila Q2,346 y así… No sólo los precios son enormes, sino que les hablan de una realidad que no sienten propia. Seguimos siendo pocos los que podemos acceder a la educación superior, no pensemos en ser aviadores… No siempre se puede soñar, aunque ésta sea la filosofía de esta ciudad, si no están las condiciones.

Ni hablar de la Guatemala que no se encuentra en la ciudad, donde los niños de hecho ya trabajan y por ello dejan sus estudios y sus sueños, y su derecho a jugar. Ni hablar del trabajo digno de labrar la tierra para que dé sus frutos, que nunca es reconocido ni aceptado, de ese trabajo que debe estar en armonía con el desarrollo integral de los niños. Divercity es una ciudad segura en un país violento: se tienen pulseras que muestran dónde se encuentran los niños, un circuito cerrado de televisión, mientras en Guatemala los niños son testigos de cómo les apuntan a sus padres mientras les piden el celular, o cómo su generación se convierte en sicarios. Tal vez esos Q.56 millones y piquito serían tantas oportunidades para miles de niños en Guatemala, no para jugar, sino para vivir.

Una ciudad para niños en donde aprendan qué podrían ser en su vida, debería de ser la realidad que vivieran, no por la que pagaran por unas horas. Una ciudad abierta, no una ciudad dentro del símbolo moderno del consumismo, sino una ciudad que tuviera árboles de verdad, plantados no en macetas subterráneas, sino en la misma tierra en dónde hay grama para sentarse a repasar sus lecciones o jugar escondite. Tener una ciudad de ilusión en donde se paga por entrar y vivir en una ciudad que cobra a los padres por tener un negocio es una comparación de dos polos opuestos, pero reales; y ambos terribles.

La ciudadanía no se aprende en una ficción de ciudad, en donde no existe Estado real, donde nadie se preocupa si los servicios básicos son gratuitos. La ciudadanía no es el nombre de una empresa. La ciudadanía es una relación cotidiana con la organización colectiva de la que somos parte, que va de derechos y obligaciones, de debate y diálogo, de política y de políticos, de participación en los asuntos públicos. Los “diverciudadanos” sabrán de salones de belleza, de escuela de chef, del supermercado, y de una privilegiada universidad, pero no sabrán de municipalidad o de Congreso, de tribunales o de impuestos. A los “diverciudadanos” les darán un cheque y habrá un banco donde cambiarlo por “divis” –la moneda oficial, diría usted-, se habla de ahorro, y como principio de la propuesta colombiana podrán aprender a ser críticos y activos en las transacciones, lo que sea que significa eso.  

Los principios pedagógicos de Divercity proponen a los niños jugar y divertirse, soñar y buscar superarse cumpliendo los retos que se proponen, ser protagonistas de su propio desarrollo, trabajar hombro con hombro, cooperar, ser autónomos, reflexionar en el sentido de la vida. Todo eso en Guatemala, en  un comercial que está rodeado tanto de condominios como de barrios menos favorecidos, de la desigualdad tan profunda que viven miles de niños, y de un Estado que si algo no permite es decidir por el propio desarrollo de los pueblos. 

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