Youtube. Rockin’ 1 000 un par de semanas atrás. Imágenes refrescantes: mil músicos, hombres y mujeres, casi todos muy jóvenes, llegados por sus propios medios y con sus propios instrumentos a lo que se ve como un prado en medio de un bosque.
Guitarristas, bajistas y bateristas, llevando el compás con la ayuda de un semáforo instalado en lo alto de una torre improvisada con andamios de construcción, cantan al unísono:
I’m looking to the sky to save me,
looking for a sign of life…
Learn to fly termina en medio de abrazos y sonrisas. El preludio de lo que seguramente fue una gran fiesta. El gestor de esta idea, emocionado hasta la médula de sus huesos, explica por qué se ha hecho esto, y sus sencillas palabras suenan como un trueno: «Italia es un lugar en donde difícilmente los sueños se hacen realidad, pero nos sobra pasión y talento». Tal vez la mejor descripción de la sociedad posterior a Il Cavaliere y que seguramente calza a la perfección con muchos otros lugares en el mundo, en los que las múltiples versiones tropicales de ese caballero todavía campean a sus anchas.
«Che bello, Cesena», responde una cuenta de Twitter. Y la leyenda se echa a rodar una vez más. Los Foo Fighters anuncian que tocarán en Cesena, la localidad del video, en su gira europea.
A la muerte de Cobain, nadie esperaba lo que estaba por suceder. La odiada Courtney Love pedía en el funeral que los asistentes dijeran que Kurt era un idiota. Novoselic decidía darle un giro espiritual a su vida. Y Dave Grohl, el baterista de Nirvana, contactaba a otros músicos para un proyecto nuevo. Usando las palabras de uno de los lectores de esta columna —¡hola, Us K’ids!—, el genio a la sombra de Cobain le regalaba al mundo la que podría ser la última gran banda del rock, al menos como lo conocemos ahora.
Foo Fighters, el álbum de 1995, es el inicio de una banda que ha desarrollado un estilo franco y divertido, capaz de reírse de sí misma —detalle profano a no pasar por alto—: Big Me es la música en elevador en el video de Monkey Wrench. Un sello característico mantenido durante más de 20 años con mucho ritmo.
¿Se puede acusar a los Foo Fighters de ser una banda comercial? Seguramente. Eso es lo que se puede esperar de un Dave Grohl que escasamente hace un mes se rompe la pierna en el escenario y no solo termina el concierto, sino que completa la gira en un trono de guitarras diseñado especialmente para la ocasión. ¡Grande! Un verdadero rockstar.
Alejándose de la angustia característica de Nirvana, Grohl ha sabido recordarnos que se puede disfrutar haciendo música y plantar la cara con rebeldía a conceptos superficiales como los programas del tipo American Idol, a los cuales Grohl acusa de estar matando las bandas de garaje y, con estas, la esencia misma del rock. En sus palabras, que suscribo totalmente —con blasfemias incluidas—:
It’s destroying the next generation of musicians! Musicians should go to a yard sale and buy and old fucking drum set and get in their garage and just suck. And get their friends to come in and they’ll suck, too. And then they’ll fucking start playing and they’ll have the best time they’ve ever had in their lives and then, all of a sudden, they’ll become Nirvana. Because that is exactly what happened with Nirvana. Just a bunch of guys that had some shitty old instruments and got together and started playing some noisy-ass shit, and they became the biggest band in the world. That can happen again! You don’t need a fucking computer or the internet or The Voice or American Idol.
Los Foo Fighters le han hecho honores al concepto de la banda de garaje tocando en localidades pequeñas —Cesena no va a ser la primera ni la última— o en lugares como la House of Vans, en un túnel abandonado del metro de Londres, bajo el seudónimo de los Holy Shits. Pueden imaginarse la sorpresa mayúscula de los asistentes. Los Foo Fighters impresionan, tocan sus viejas canciones, preparan nuevos discos y se divierten con cosas como The Pretender.
Mientras, en mi cabeza vuelvo a esa carretera sobre el altiplano que no se acaba, viendo la cara sur de un Cotopaxi con la nieve brillando sobre el fondo rojo de un atardecer de agosto que lo domina todo. Nada más existe en la cordillera. Hay gotas de llovizna sobre el parabrisas. Afuera, seguramente el viento tiene un canto uniforme que mece ligeramente el auto. Everlong —en volumen bajo— en la radio. Y en el asiento de al lado, L. no puede dejar de ajustar el objetivo y de tomar fotografías. Creo que así empezamos L. y yo nuestra relación con los grandes road trips —y con las cuentas de alquiler de autos—.
And I wonder,
when I sing along with you,
if everything could ever feel this real forever,
if anything could ever be this good again…