Chávez más allá de la camiseta

Es casi imposible abstraerse de la noticia del deceso del Hugo Chávez. Para bien o para mal, en algún momento de sus múltiples apariciones en los medios reímos o nos enojamos, sin embargo su trascendencia es lejana.

De los titulares con masivas muestras de dolor en Venezuela, dirijo la mirada a lo que me rodea y respiro, y claro, ahí está, un grupo de personas, muy reducido, de activistas y militantes que se acercaron a la Embajada acreditada en Guatemala y luego en la Plazuela Simón Bolivar mostrando la conexión con el proceso de expansión del socialismo del siglo XXI, en una muestra diminuta y poco representativa de la flora y fauna de la política local.

La izquierda latinoamericana es incapaz de superar el caudillismo, es casi una patología de la estructura política en general, y detrás de la emblemática figura y la propuesta de un socialismo reconfigurado, cristiano por definición, el modelo político criollo configura al hombre fuerte un militar.

La diminuta izquierda guatemalteca, que por siempre añora la pérdida de figuras políticas en la larga noche de la represión, en principio es nostálgica, en tanto que trata de encontrar en aquellos mártires alguno que podría haber tenido la estructura simbólica del caudillo, y si esto no es una patología, agreguemos el hecho de que la victoria electoral de 1974 de la izquierda legal en Guatemala había encontrado en el Gral. Efraín Ríos Montt, al hombre ideal y después de él ni los comandantes guerrilleros, militares por definición, lo han equiparado.

Cuando la alianza de Chávez con Cuba se consolidó y el discurso antiimperialista se terminó de estructurar junto con la propuesta socialista, el suspiro por el renacimiento de la izquierda guatemalteca se dejó sentir en cuadros medios y simpatizantes. Sin embargo, aquello pasó de largo, es más, el período de crecimiento de la nueva izquierda latinoamericana, con referentes tan cercanos como en El Salvador, Nicaragua y en el mismo Honduras, no contagió a Guatemala, es más, vio el decrecimiento más humillante de toda la historia de izquierda, que cuestiona realmente a historiadores sobre lo que el proyecto revolucionario significó en tiempos de conflicto y lo que sus apologistas afirman.

Nuestras simpatías hacia el que se enfrenta al poder, el hombre barbado que representa la rebeldía, y el que con boina roja sin ambages se muestra incluso desafiante, sin embargo en la clase media, que alimenta a la élite intelectual de la izquierda en Guatemala, resulta poco atractivo un sistema político con cimientos socialistas tal y como se ha mostrado. Los anhelos de igualdad, justicia y solidaridad humana son casi inmanentes al judeo-cristianismo, que por cierto el chavismo supo explotar muy bien, pero las comodidades del consumo son un atractivo mucho mayor. El socialismo en boca de dirigentes de izquierda local resulta vacío y discursivo, más aún cuando en época electoral tienden a desarrollar las lógicas de mercado como todos los demás partidos “burgueses”.

El socialismo como ideología cuasi religiosa, al igual que el liberalismo, construye en los sujetos ideas de “paraísos alcanzables”, y más retorcido aún “profetas”, Chávez fue convertido en eso, y por eso proclaman su vida espiritual más allá de la física. Esto también dice mucho de la construcción mesiánica del cristianismo latinoamericano de la mano con el socialismo del siglo XXI, y de lo poco equipados que estamos culturalmente, todavía,  para superar nuestra necesidad de un hombre libertador. Más allá de que el culto chavista pueda desarrollarse con sabor caribeño es que dicho misticismo pueda adoptarse en la ya maltrecha izquierda nacional, huérfana de referentes ideológicos junto con Fidel y el Che para que puedan servir de epitafio a la tumba derruida de la izquierda electoralista.

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