Celebremos la filosofía

Celebro el día de la filosofía en un mundo en el que detenerse a pensar es subversivo.

Al inicio de la pandemia se precipitaron los eventos inéditos. Los países cerraron y los filósofos salieron de las cavernas con entrevistas, artículos y libros. Solo faltó Zaratustra a la cita. Entre los más célebres estuvieron Žižek con Pandemic!, Byung-Chul Han con The Disappearance of Rituals y Daniel Innerarity con Pandemocracia. Recuerdo que alguien dijo que ese no era un buen presagio, pue si los medios de comunicación dejaban a un lado a sus politólogos y en su lugar invitaban a los filósofos era porque todo pintaba muy mal. Más allá de la broma, es verdad que la filosofía suele aparecer, como dijo Hegel, en el crepúsculo, en el atardecer de los acontecimientos. Sin embargo, la pandemia es un concepto límite: nos detuvo y nos mostró lo poco que comprendemos. Nos vimos, pues, en la necesidad de volver a los filósofos.

Sobre los tiempos de la filosofía hablábamos con Carmen Camey, filósofa y académica guatemalteca. Ella afirma que sería imposible pensar el mundo de hoy sin los que lo pensaron antes, pues son esas ideas las que conforman nuestro presente, y citó a varios filósofos de ejemplo. No sé si a algo similar se refirió Sartori cuando dijo que a más civilización más pensamiento abstracto, pero es verdad. Pensemos en democracia, derecho o nación, por mencionar algunos conceptos, y nos daremos cuenta de hasta qué punto ideas pensadas hace muchísimo tiempo continúan ordenando nuestra sociedad actual.

A Hannah Arendt siempre le incomodó la etiqueta filósofa por esa misma tendencia a la abstracción, pues a ella le interesó sobre todo el pensamiento político: la acción y el discurso. A Carmen le incomoda, pero porque le parece demasiado: uno no llega a serlo, siempre está en el intento. El ser filósofo es un devenir, un proceso, una indagación. La búsqueda de la sabiduría se mueve entre la hipótesis, la duda y la incertidumbre. Y la magnanimidad de la disciplina es teleológica. Proviene de los fines que busca: lo bueno, la verdad, la felicidad. En ese sentido, a Carmen poco le importa que no sea útil, sino que sea relevante, pues «la persona no está hecha para la utilidad». Quizá, parafraseando a Innerarity, el problema es que nuestro concepto de utilidad es muy reducido.

Si queremos cambiar el mundo, continúa Carmen, tenemos que enseñarles a las personas a pensar.

No sorprende cuando Carmen cuenta que en Guatemala la filosofía está infravalorada por su poca rentabilidad. Sin embargo, su propósito como catedrática en un mundo vertiginoso y superficial es «que las personas puedan hacerse preguntas relevantes». En ese sentido, no solo es enseñar filosofía, sino a filosofar. Asimismo, es consciente de que la filosofía no es vital en un país como el nuestro, que tiene su propio orden de necesidad, pero tal vez la razón de nuestras desgracias está en la falta de reflexión en las personas que tienen poder. Si queremos cambiar el mundo, continúa Carmen, tenemos que enseñarles a las personas a pensar. Y no solo a los que están en el poder, que definitivamente no saben pensar más allá de sus intereses particulares, sino a los jóvenes que carecen de ideales por los cuales moverse y que no cuentan con criterio propio para ser libres de las tendencias que nos gobiernan.

En este sentido, lamento profundamente cuando veo al tonto de turno diciendo que no se pone la mascarilla en nombre de la libertad. Y lo hago porque veo cómo reducen aquella grande y hermosa palabra que no es solo una palabra, pues, como diría Heidegger, el lenguaje es la casa del ser. Libertad de locomoción, dicen algunos, pero para ir adónde, les pregunto. Jamás comprendí por qué se preocupan demasiado por la libertad para hacer lo que quieran cuando no son libres ni en eso que se quiere. Podrían expandirlo, delimitarlo, hacerlo auténtico. Por ello es que el fin último de la filosofía debe ser el autogobierno.

Suscribo de lleno la apreciación de Carmen sobre la controvertida tesis de la banalidad del mal de Arendt referida a ciertas personas con poder. Así como Arendt vio a Eichmann, una persona mediocre y sin odio, una pieza nimia en todo el engranaje del totalitarismo que funcionaba a la perfección, así veo yo a estos tontos inútiles —estas son mis palabras— que defienden a los poderosos sin saber qué es lo que están haciendo. Por ello creo que en el lenguaje de la persuasión, en el lenguaje fundamentalmente político, es donde fallamos. Por eso hoy celebramos pensando.

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