Con incredulidad leo que el padre de Candelaria relata que el muchacho les pegaba a su hija y a su nieto de dos años todos los días y que, al parecer, los vecinos también estaban enterados del maltrato que recibían. Según la noticia, en una ocasión Pedro Otzoy amarró a Candelaria y a su hijo a una puerta y luego salió de su casa. Recientemente su familia había pagado Q700 para sacarlo de la cárcel por manejar en estado de ebriedad y alterar el orden público. Vaya firmita.
En la denuncia que Candelaria hace el 19 de agosto, un día antes de morir, afirma que el domingo 11 de este mes su esposo había llegado a insultarla y golpearla a una venta que ella tenía en Totonicapán. En esa ocasión la golpeó en el estómago y luego le lastimó el labio con un parabrisas. A su hijo le provocó una lesión en el rostro.
Pedro Otzoy ha sido apresado por la Policía, acusado de femicidio y agresión a menores de edad. Seguramente recibirá como condena algunos años de prisión. Pero eso en realidad no resuelve absolutamente nada: Candelaria Sánchez está muerta y sin duda pasó los últimos años de su vida en un estado de terror cotidiano, seguramente con el cuerpo lleno de moretones y viendo cómo su hijo era maltratado sin que su familia y sus vecinos —a pesar de ser testigos de estas vejaciones— tomaran la decisión de acusar estos hechos ante la Policía.
Puedo imaginarme a Candelaria convencida durante mucho tiempo de que debía quedarse junto al marido a pesar de los golpes, los insultos y las humillaciones. Antes de morir logró llegar al Hospital Nacional de Occidente, pero allí —en donde reciben alrededor de 30 visitas de mujeres víctimas de violencia intrafamiliar— ya no pudieron hacer nada.
¿Cómo le explicarán ahora al hijo de Candelaria que el asesino de su madre fue su papá, quien también pudo haberle quitado la vida a él mismo?
Dentro de los miles de cambios que la sociedad de este país necesita, la muerte de Candelaria Sánchez evidencia dos. Por un lado, es claro que el machismo está profundamente enraizado en la mayor parte de los hombres heterosexuales guatemaltecos, cuya tendencia parece ser la de solucionar todo con golpes, insultos, licor, prepotencia y abuso sexual. Por otro lado, es obvio que las mujeres no cuentan con las herramientas ni el soporte emocional de sus círculos cercanos para lidiar con hombres de estas características. Y, sin embargo, son ellos y ellas quienes están educando a millones de guatemaltecos y perpetuando así un círculo de violencia y de injusticia que al final nos alcanza a todos. ¿Cuáles son, sin embargo, las verdaderas causas de estos comportamientos? ¿Acaso habría que analizar de manera más profunda las enfermedades sociales de muchos guatemaltecos para empezar a comprender por qué mujeres jóvenes como Candelaria mueren y por qué hombres jóvenes como Pedro arruinan la vida de los demás y la suya propia?