El 8 de septiembre, el aparato estatal de Daniel Ortega giró orden de detención contra el escritor nicaragüense Sergio Ramírez.
Cuatro días antes, el andamiaje institucional guatemalteco hizo lo mismo contra el fiscal Juan Francisco Sandoval. No digo que la democracia en Centroamérica sea una ficción, pues para mí las ficciones son mentiras que honran la verdad. Aquí hablamos de cuestiones macabras, en las que la ley es un hacha para cortar la justicia, así como la inteligencia. Le mandé el tuit de la captura a un amigo y este me respondió: «Toda Centroamérica es una cacería». Se lo envié también a otra amiga, que respondió: «Regresamos».
Evidentemente, ella hacía referencia a la época de las dictaduras, cuando pensar o decir (ni imaginar armar casos contra poderosos, como el fiscal Sandoval) suponía la muerte. Cientos de miles de exiliados se fueron a tierras mexicanas, europeas, sudamericanas y asiáticas para recibirnos a nosotros, hijos e hijas de Centroamérica, una tierra efervescente de poesía y a la vez mortuoria como un hediondo calabozo.
Me duelen los ojos rojos y estallados tras la noticia de la orden de captura contra Sergio Ramírez Mercado. Él tendrá líos personales y duraderos con Daniel Ortega, secretos que solo entre ellos han hablado, pero eso ahora no interesa. Le montaron un caso como a tantos miles de nicaragüenses que se pierden en las mazmorras o en el extranjero buscando con hambre de qué vivir. Es triste y es frustrante y es tenebrosa esta noticia. Y no duele solo por él, sino por lo que implica: la asfixia de la palabra. La tortura institucionalizada. Desaparecer la reflexión. Menos mal Sergio salió del país cuando pudo. A muchos de sus compatriotas no les fue posible.
Nicaragua es el ejemplo adonde los autócratas de la región caminan.
Pienso en la novela La fiesta del chivo y en el final inexorable de Rafael Leonidas Trujillo hundido en su automóvil. Todo dictador muere, y nosotros, sin duda, veremos morir a Daniel Ortega. Aunque atropella la rabia en estos momentos, no sorprende esta orden de captura, pues la ambición del dictador arreció en los últimos meses para asegurar su reelección barriendo a los que pudieran incomodarlo. No es la primera vez que a Ramírez le sucede algo así. En un video que grabó dijo que, por delitos similares, Anastasio Somoza también había intentado capturarlo.
Nicaragua es el ejemplo adonde los autócratas de la región caminan. Con la ayuda de los ministerios públicos, los gobernantes —junto con las élites que los rodean— avanzan hacia una tierra sin piedras en los zapatos, zapatos con los que machucan a los pueblos con la Constitución en la mano. Están consiguiendo que su palabra y su puño sean las leyes mayores.
El fiscal Juan Francisco Sandoval, quien investigó a los más corruptos del país, es perseguido por buscar justicia. El escritor Sergio Ramírez, premio Cervantes, cometió el crimen de mostrar la cultura centroamericana ante el mundo. Delinquió siendo un escritor comprometido con la democracia, como él mismo confesó. Estas son las paradojas de nuestras tierras, tan dolorosas, tan terribles, tan embusteras.