Hace algunos días compartiendo en una reunión social, salió a colación el tema de la Semana Santa y el profundo ambiente de religiosidad, colorido y devoción que se vive en el Centro Histórico durante esos días. Mientras yo narraba con detalle la experiencia, una de las asistentes interrumpió, me vio con compunción y dijo: “Es cierto que tu vives en el centro. Yo llevé a mis hijos una vez al centro hace años, ¿verdad chicos?” Preguntó a sus retoños, que tendrían entre 13 y 20 años. Uno de ellos dudó y afirmó tímidamente con la cabeza. Otro dijo que no. Y el tercero dijo que había visto el Palacio Nacional y las procesiones alguna vez por televisión. La mujer cerró su intervención diciendo: “Es que casi no bajamos”.
Me quedé pensando si en algún momento repararía en el horror de lo que había dicho, pero nada, siguió ahí, más fresca que granizada de limón. En ese momento, la que sintió compunción fui yo.
Aunque el ignorante se vista de seda…pensé.
Y luego hay quienes aún se sorprenden y quejan del autismo de sus críos. Estos jóvenes analfabetos, hijos de padres analfabetos, terminan de deformarse en los colegios más caros del país.
Crecen completamente desubicados, sin identidad, pertenencia ni sentido de compromiso. Contemplan su país por la tele, el Internet, fotografías y postales. Entonces, ¿Cómo pueden comprometerse con aquello que no conocen, con lo que son incapaces de comprender? Se sabe que quienes viven aislados están inhabilitados para crear vínculos de cualquier tipo.
Me cuesta trabajo imaginar a un mexicano del DF que no conozca el Zócalo, o en un limeño que no conozca la Plaza Mayor y la belleza de sus balcones coloniales. Pero más allá de contemplar la arquitectura, grandioso sería entender y apreciar su significado.
Alguien podría pensar que sobredimensiono esta realidad y sus impactos, ya que el porcentaje de estos chicos “cool” es muy reducido. Sin embargo, integran esa mínima proporción de jóvenes privilegiados en quienes solemos depositar la esperanza del futuro pues aducimos que sus idiomas y preparación universitaria se esparcirán bondadosa y responsablemente en el terreno común. Gran desacierto.
Quien no sabe de donde viene, no sabe para dónde va. Una sociedad es su historia. Tiene, entre otras cosas, un centro que es fuente de conocimiento y funciona como punto de atracción y cohesión. Los Centros Históricos condensan el todo de un pueblo, son memoria, evocan la fundación y los grandes momentos del devenir humano. Es por ello que cuando visitamos otros lugares, siempre buscamos el centro. Este es el lugar a donde hay que llegar para sentir que estuvimos en alguna parte. Una vez lo vimos, sentimos y asumimos que ya lo conocemos todo. Además, es desde el centro que apreciamos el resto, logramos ubicación y sentido.
Se desatiende lo esencial y luego torpemente se piensa que este vacío de sentido (cuya principal responsabilidad recae en los padres de familia) va a remediarse mágicamente con slogans creativos, excursiones, canciones emotivas, caminatas, rifas, conciertos y maratones. Entonces, ya es demasiado tarde.
Los vínculos sólo surgen de la unión entre pensamiento y sentimiento. Es por ello que cuantos más conocimientos y experiencias se tenga, mayores son las posibilidades de ser empáticos con el medio que nos rodea y de asumir compromisos.
Bueno sería tener un país de eruditos, pero mejor aun construir un país de entendidos que, sin simulaciones ni artificios, sea capaz de construir identidad, conciencia social, sensibilidad y progreso.
Bueno sería no perder la sensibilidad de la vergüenza que, no sólo advierte los errores cometidos, sino invita a retomar el camino correcto.