Asombra un poco lo que está sucediendo en el mundo de la farándula internacional.
Quizá todo comenzó con Bill Cosby, aquel gracioso comediante, fantástico con los niños y hasta escritor de un libro sobre paternidad responsable. Alguien lo acusó de violación, de algo ocurrido hace muchísimos años, y de pronto más acusadoras comenzaron a surgir como por generación espontánea. Y es que hacer eso era tan normal en su medio y en su vida que hasta pudo haber pensado que la gente debería tomarlo con naturalidad, sin espanto alguno.
Luego, recientemente, surgió una acusación contra el productor de películas Harvey Weinstein. De igual manera, lo que siguió fue una avalancha de acusaciones, relatos de todo tipo de parte de personas que sufrieron sus abusos y avances y callaron por muchos años. Ahora, para sorpresa de muchos, hasta sus antiguos colaboradores están soltando la sopa.
Luego viene Brett Ratner, otro director de cine. ¿Y qué decir de Kevin Spacey? De todas direcciones aparecen acusadores, hombres en el caso de Spacey.
Y uno se pregunta qué está pasando en el mundo. Es como si lo que para todos era normal, casi cultural, de pronto se convierte en lo que siempre fue, algo malo y anormal. Hay trabajo para los sociólogos.
No deja uno de pensar si no será algo malévolo y planificado por Bollywood (la meca del cine asiático, con sede en la India) o por Hong Kong. O quizá hasta por Nigeria, la capital africana del cine. ¿Verdad que parece sospechoso, selectivo, que todo caiga sobre gente de Hollywood?
También pesan acusaciones fuertes sobre Roger Ailes, un presentador de la gran cadena Fox. Al parecer, alcanzó arreglos extrajudiciales, se pagaron grandes cantidades de dinero, y su empleador, a pesar de que aquel perdió su reputación, lo tiene de vuelta. ¿No se le hace sospechoso que no acusen a gente de CNN, de Al Jazeera, de la ABC y de la BBC por lo menos? Esto también huele feo.
Hay quienes dicen que no tiene nada que ver y que lo que sucede es que la gente se cansó y comenzó una especie de rebelión, de desahogo y de paradigma moral. Vale preguntarse por qué tantos años de silencio, de complicidad (como dijo una denunciante, para hacer lo que hacían necesitaban cómplices, gente que les permitiera y hasta los exhortara a tales comportamientos bajo el criterio de que se lo merecían por su duro trabajo —o quién sabe si era porque también salían ganando, pero no les convenía admitirlo—).
No me crean, pero dicen que don Woody Allen, quien también tiene su historia, salió en defensa de sus colegas. Porque, si de eso se trata, todo Hollywood debería ser acusado (según él) o dejado en paz, para quienes interpretan sus declaraciones con mucha desconfianza.
Y por ahí podemos seguir haciendo cuentas y sacando nombres. Nadie se explica (dicen los medios) que esto sea tan repentino, como si hubiera un gran cambio cualitativo en el gremio artístico y mediático. Si fuera el caso, parece que nadie lo vio venir o no lo quiso tomar en serio, empezando por los sospechosos.
Pero las cosas parecen haber tomado una dirección inequívoca. Los acusados, que gozan del principio legal de presunción de inocencia, deben defenderse ahora. Sería terrible que el sistema les impidiera, por cualquier razón, emprender su legítima defensa. Ellos necesitan limpiar su nombre. Para ello, lo que han hecho es dar la cara, presentarse en tribunales y contar su historia. Sería terrible y en contra de sus propios intereses que todo quedara nada más en alboroto mediático y que se adoptara una actitud de aquí no pasó nada y que siga la procesión. Esto, por supuesto, dicho bajo la presunción de que no son culpables o de que su reiterada inconformidad no es más que una mal disimulada culpabilidad. Pobrecito Hollywood.