Un local con techo de lámina y piso de torta de cemento. Bajo el marco de la entrada cuelgan varias playeras y pantalones. Enormes para la talla promedio de las personas que por ahí pasan. De todos modos, supongo que esos tipos no van por esos rumbos buscando ropa. Tal vez para ver de reojo la acera de enfrente mientras siguen la ruta trazada por la cotidianidad. Esa que los trae y los lleva a casa.
Justo en el centro del local, unas cajas de madera funcionan como exhibidor de zapatos. Esos que tienen los bordes gastados. Zapatos de algún muerto, como decía alguien en un tuit. (Que alguien le diga a Bill que actualice los diccionarios). No recuerdo quién. Esa vertiginosa catarata de letras, palabras y frases me da miedo. Yo apenas me animo a poner la mano. Sospecho que en eso que llaman países desarrollados, la donación de órganos la han confundido también con despegarse de la ropa y los zapatos.
Así como en la “apacible” Salcajá pusieron un redondel con un monumento al inmigrante, deberíamos poner uno a los importadores de pacas. Yo sé que me arriesgo a que algún publicista, o fan, me actualice y me señale una enorme valla publicitaria. Pero no, no es eso a lo que me refiero.
En la puerta, dos policías nacionales. Cuidándonos. Supongo. Lo que creo es que también ven a las mujeres que esperan en la puerta o caminan por la acera de la Pensión Sánchez. Esa rutinaria esquina en los alrededores del mercado de El Guarda. Las cajas de madera están cubiertas con una bandera de vinil.
Pensaba en esa escena un día de estos que andaba por un centro comercial. De esos con fachadas vidriosas y enormes. El signo arquitectónico de estos tiempos. Este es el legado para el país de la generación de profesionales que me antecede.
Habrá que ver qué hace la mía. Francamente, tengo pocas esperanzas. Pero eso es un asunto de mi “filosofía de vida” que le llaman. Por lo menos deberían ponerle murales a las fachadas. O grafitis. El caso es que también ahí hay vitrinas. Ni modo, si eso es su esencia, su leitmotiv, Pulcras y con variedad de tallas. La luz es perfecta y todo huele a nuevo. Muchos también pasean por ahí y apenas algunos entran.
Nada tiene que ver con la ausencia de tallas que nos cubran el pecho con frases en inglés o figurines que vemos en la tele. Sospecho que tiene que ver más con las delgadas billeteras o las tarjetas colapsadas. ¿Cuántos recibirán llamadas de esos exitosos, dadivosos y productivos “call center”? ¿A cuántos llamarán cuando intentan conciliar el sueño?
El caso es que en algunas de estas otras vitrinas también vi banderas con algo de azul. Pero no en el tono de este hermoso cielo que nos cubre. Si pues. Apenas es julio. Pienso que el anhelo es la única patria y bandera en común que tenemos. Sí pues.