América ¿para los americanos?

Latinoamérica constituye la reserva natural de la geopolítica expansionista de la clase dominante de Estados Unidos. Desde la tristemente célebre Doctrina Monroe, de 1823 («América para los americanos —del norte—»), la voracidad del capitalismo estadounidense ha hecho de esta región su patio trasero.

En todos los países de esta zona, desde el nacimiento de las aristocracias criollas, el proyecto de nación fue siempre muy débil. Estas oligarquías y sus países no nacieron al calor de un proyecto de nación sostenible, con vocación expansionista. Por el contrario, volcadas desde su génesis a la producción agroexportadora primaria para mercados externos, su historia está marcada por la dependencia, por el malinchismo. Oligarquías con complejo de inferioridad, buscando siempre fuera de sus países los puntos de referencia, racistas y discriminadoras con los pueblos originarios —de los que nunca dejaron de valerse para su acumulación como clase explotadora—, su historia va unida a potencias externas (primero España o Portugal, luego Gran Bretaña y de la Doctrina Monroe en adelante Estados Unidos).

Estados Unidos manda aquí. ¿Por qué? No por una maldad inmanente de los halcones gobernantes de Washington. Es el sistema socioeconómico imperante el que lo permite. El capitalismo actual, globalizado y dominador de la escena internacional, tiene en Estados Unidos su principal exponente. Los megacapitales que manejan el mundo siguen siendo, en fundamental medida, estadounidenses, hablan en inglés y se rigen por el dólar. Ese capitalismo desenfrenado necesita en forma creciente materias primas y energía. La entronización del American way of life lleva a un consumo interminable de recursos. Poder asegurarse esos recursos y las fuentes energéticas explica la política hacia la región.

Latinoamérica entra en su lógica de dominación global ante todo como proveedora de materias primas y de fuentes energéticas. El 25 % de todos esos recursos que consume Estados Unidos provienen del área latinoamericana. Es imprescindible saber que de las distintas reservas planetarias (el 35 % de la potencia hidroenergética, el 27 % del carbón, el 24 % del petróleo, el 8 % del gas y el 5 % del uranio) se encuentran en esta región. A ello debe agregarse el 40 % de la biodiversidad mundial y el 25 % de la cubierta boscosa de todo el orbe, así como importantes yacimientos de minerales estratégicos (bauxita, coltán, niobio, torio), especialmente hierro, fundamentales para las tecnologías de punta (incluida la militar) impulsadas por el capitalismo estadounidense.

Latinoamérica entra en su lógica de dominación global ante todo como proveedora de materias primas y de fuentes energéticas.

La gran potencia del norte necesita de Latinoamérica. La noción de patio trasero es patéticamente verídica. De aquí extrae cuantiosos recursos en la actualidad. Es su reserva estratégica (Venezuela, por ejemplo, almacena en su subsuelo 300,000 millones de barriles de petróleo, suficientes para 341 años de producción al ritmo actual). O el acuífero Guaraní, en la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay, que también incluye a Uruguay, es una reserva de agua dulce fabulosa. Por otro lado, le posibilita mano de obra barata para su producción transferida desde su territorio (maquilas, ensambladoras, call centers), y, pese a la actual política antimigratoria de la administración Trump, la región sigue proporcionándole recurso humano casi regalado para la industria, el agro y servicios a través de los interminables ejércitos de indocumentados que siguen llegando a su geografía. Y todo esto, sin contar el mercado cautivo que tiene para los productos que continúa elaborando en su propio país y que obliga a consumir en Latinoamérica (piénsese en Hollywood, por ejemplo —el 85 % de las películas que se ven en nuestros países provienen de Estados Unidos— o la dependencia científico-técnica en que se encuentra la región, virtual esclava institucionalizada de las marcas registradas de infinidad de mercaderías que llegan del norte).

Para cuidar todo eso están las alrededor de 70 bases militares estadounidenses con alta tecnología instaladas en el área. Dado el secretismo con que se mueve esta información, no hay seguridad del número exacto de instalaciones militares, pero es sabido que existen y que no dejan de crecer. Y estas se complementan con la Cuarta Flota Naval, destinada a accionar en toda América Central y del Sur. Lo cierto es que su alto poder de fuego, su rapidísima posibilidad de movilidad y sus acciones de inteligencia a través de las más sofisticadas tecnologías de monitoreo y de espionaje le permiten a Washington un control total de la zona.

Pocos se han atrevido a salir de este yugo: Cuba, Nicaragua en su momento, Bolivia, Venezuela. ¿No tienen derecho a elegir su destino esos países? ¿Hasta cuándo la injerencia prepotente de Washington?

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