Disfruto cada página, saboreo las ideas, y sin querer, termino conectando esa Sudáfrica negra con esta patria mestiza en que vivo.
No crean que se trata de una pieza literaria. No es ese su valor, lo que sucede es que destaca el elemento humano de un líder muy particular, Nelson Mandela (Madiba) y del partido de futbol que salvó a una nación.
Dicen que un buen líder debe ser capaz de pensar diez años por delante. Debe adelantarse a la historia y a los acontecimientos. Mandela describió el apartheid como un “genocidio moral: sin campos de la muerte, pero con el cruel exterminio del respeto de un pueblo por sí mismo”. Sin embargo, este líder tuvo la visión, estando aún en prisión, de negociar la paz. En un momento en que los movimientos políticos de los negros se radicalizaban y los afrikáners sabiéndose sitiados a nivel internacional, reaccionaban como fieras acosadas acentuando la violencia, la opresión y la degradación. La fórmula propuesta por Mandela fue sencilla, pero visionaria: conciliar los miedos de los blancos, con las aspiraciones de los negros.
Me pregunto si en Guatemala se podrán conciliar los miedos de las élites con las justas aspiraciones de la mayoría pobre y excluida. Porque me parece que dejar a mucha gente sin educación, es en el fondo un miedo a que esta mano de obra despierte y exija sus derechos, un salario digno y condiciones laborales justas. Es también el miedo que se manifestaba en la campaña electoral, cuando se veían en los medios de comunicación a ese montón de indígenas, bajando de sus aldeas para emitir su voto. Y los ricos asustados se indignaban diciendo –Esos indios ignorantes nos van a elegir al Presidente.
Es el temor de los terratenientes a que los colonos tengan tierra propia y ya no quieran seguir siendo explotados, o peor aún, a que se organicen en cooperativas y les arrebaten una pequeña porción del mercado. En resumen, es el miedo a ceder poder y perder privilegios.
Sin embargo, hoy más que nunca es necesario conciliar miedos y aspiraciones. Las aspiraciones son legítimas e incuestionables. A estas alturas del siglo XXI, nadie podría defender que es “normal” que algunos niños no terminen la escuela, o que tengan que desertar de las aulas para poder trabajar. Y nadie sería capaz de aceptar que niños desnutridos son parte del paisaje.
Pero los miedos son reales. El grito sudafricano “¡Amandla!” que significa poder, y la respuesta de la multitud “¡Awethu!” –para el pueblo–, es cierto y verdadero. El poder se tiene que distribuir y los privilegios de unos no pueden atentar contra el derecho de otros. No se puede construir nación con la lógica de suma cero: lo que yo gano, tú lo pierdes. Eso no es un equilibrio. Es posible encontrar puntos donde todos ganemos. Donde la sociedad gane.
Quizá necesitamos un Madiba que nos regale un sueño y nos eleve de las mezquindades en que estamos sumidos.