Abjuro de los mal llamados padres de la patria (léase diputados), cuyos mezquinos intereses personales se desenmascararon de lleno y dejaron al descubierto la gangrena de sus perversas intenciones. Está claro: lo único que les importó, les importa y les importará es seguir manteniendo sus privilegios personales y partidistas, su inmunidad, sus desmedidos salarios, sus cuotas, sus carros y sus puntos.
Aprovecho también para señalar que ese que dice ser el presidente de este país, cuya legitimidad él mismo se encargó de exterminar con sus maquiavélicas acciones, no lo es más ni en mi realidad ni en mi conciencia ciudadana. Tampoco merecen el menor de mis respetos aquellos funcionarios que han malversado fondos del Estado ni, por supuesto, esos mercaderes encubiertos bajo el amparo de su dinero, léase Cacif, que en contubernio con los primeros están haciendo lo imposible tanto por que no les descubran sus actos corruptos e ilícitos como por mantener en el poder a quienes puedan ayudarlos en caso de que los desenmascaren la Cicig y el MP.
Me desligo, además, de esos dizque guatemaltecos que siguen quejándose por todo, pero que han sido incapaces de ir algún sábado a manifestar su descontento. Abjuro también de aquellos otros que fueron una vez, pero que perdieron la fe o las ganas, o ambas, y ahora se dan golpes en el pecho porque no saben por quién votar o si no votar o votar nulo.
Bien lo dijo Jesús, y aquí lo parafraseo: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos» (Marcos 10, 25). Y yo digo parafraseándome: «Es más fácil que los políticos sigan haciendo ad infinitum lo que quieran con Guatemala a que el pueblo defienda con constancia, fe y tesón sus derechos».