Esta semana se publicó un reportaje en elPeriódico sobre una muchacha a quien un grupo de policías llevaron a un motel después de haberla encontrado ebria en la zona 10. Fue la guinda del pastel de la desconfianza. Según encuestas, los guatemaltecos desconfiamos exageradamente de las “autoridades” y faltaba más. Unos días antes, se había hecho público un video donde se veía a agentes de una radio patrulla dejar libre a un ladrón.
Ahora sí, dice la horrible cancioncita tropicalosa de la publicidad del Gobierno. Ahora sí, digo yo, ya nos fregamos. Ahora sí, abundan los policías haciendo patrullaje combinado con elementos de Ejército por todos lados y a mí lo que me dan es miedo. No sé quien dijo que rellenar las calles de fuerzas armadas hace tener mayor sensación de seguridad, pues al contrario, hace que se sienta como que estamos en guerra. Lo peor es que es una guerra de todos contra todos, donde uno ya no sabe quien es el bueno y quien el malo, empezando por los policías. La militarización de la seguridad no es la respuesta, sobre todo en un país donde el ejército sigue siendo motivo de discordia por su no tan reluciente historia. A mí, personalmente, no me da mayor tranquilidad ver a soldados caminando por las calles. No está realmente claro cuál es el papel de los militares en los patrullajes combinados, ya que no tienen potestad de detener o revisar a cualquiera, por lo que da la impresión que su función es solamente intimidar. La “mano dura” militar, aunque haga una gran pantalla, no parece tener efectos reales, si no miren a nuestros vecinos mexicanos.
Yo no seré experta en seguridad ni en el funcionamiento de la jerarquía del aparato policial pero no es ningún secreto que la corrupción se ha incrustado en la policía, así como en muchas otras –sino es que todas– instituciones estatales. Los sobornos, chantajes, implantación de pruebas, tráfico de influencias, son el reflejo de algo podrido por dentro. Es urgente hacer una reforma policial, pero efectiva, basada en la depuración, la tecnificación y la vuelta a la dignidad de ser un servidor público. No necesitamos más papeles y discursos y nombramientos simbólicos de personas que no hacen nada. Ahora sí la policía tiene tecnología dice la cancioncita esa, pues si, con el GPS de la patrulla se identificó a que hora los tipos llevaron a la muchacha al motel. Pero un GPS no es la solución, lo que urge es que podamos confiar en la policía, que haya una cultura de servicio a la comunidad, de protección de Derechos Humanos y de honestidad como base de la institución. Del mismo modo, que haya cada vez más y más policías graduados no sirve de nada si no tienen esto. Porque aún cuando las fuerzas de tarea han salido flamantes en los medios como bastión de la seguridad y justicia, deteniendo a ladrones de celulares y allanando predios de carros robados, esto no basta. Los logros son efímeros y casi risibles cuando dos días después uno lee que un par de policías violaron a una muchacha.
Así que ahora sí, ¿quién podrá salvarnos? Lo que se me ocurre es fortalecer los programas de comisarías modelo como la de Mixco, darles seguimiento y no permitir que se vuelvan cuestión política. Estos han demostrado dar resultados, han recuperado un poco de la credibilidad de las comunidades y podrían ser reproducidos para otros lugares. Desde algún lado se empieza, pero ahora sí, pónganse las pilas porque la desconfianza es grande y estamos a pocos pasos de que sea irreversible.