De este lugar del que hablo el fuego es el centro, está en todos lados, en los rincones más profundos, en los espacios más habitados y comunes; el fuego habla, muestra el camino, alumbra la noche, es sombra y palabra. Este lugar del que hablo antes de ser lugar fue chispa, una piedra chocando contra otra y de estas nació la luz y el calor, del fuego venimos y al fuego vamos.
En este lugar del que hablo el fuego se cosecha, nace en la tierra, se hace agua, nube y cielo, y lo consume todo cuando el sol nace y cuando muere es el fuego el que se apaga y se vuelve a encender. Rutina, ejercicio cotidiano. En este lugar del que hablo los abuelos y las abuelas, cuando el tiempo los supera, un chisperío va tras ellos y también arden, se consumen y de su cenizas resurgen nuevas vidas, nuevos sueños, nuevos miedos, en pájaros luminosos se convierten, en semillas.
El fuego sueña, baila frente a nosotros, se refleja en los ojos de aquellos que le prestan atención. Cuando éramos niños hicimos una fogata que calentó nuestros cuerpos, hojas secas encendimos y sin saberlo ahí nos hicimos estrellas, fuimos leña ardiendo.
En el lugar del que hablo hace muchos años, con una fogata enorme, intentaron borrar la memoria, pero no contaban con que el fuego era nuestro y de aquellas cenizas nació la belleza y todo fue hecho nuevo, la vida se reinventó y así descubrimos el rito, palabras del pasado que llegaron con fuerza hasta nuestros días, resistencia brotando como caldera, volcán activo, venas, serpientes marcando la tierra. Al fuego echamos la tristeza y el dolor.
Al fuego se le respeta, se le pide perdón, se le reconoce su naturaleza salvaje…
En este lugar el fuego es de color rojo-amarillo, pero también es verde y azul, es árbol, flor, animal de monte. Hay quienes conocen su geometría, su textura y su voz, hay quienes se tiran al fuego y renacen; son candelas, son azúcar, piedra con cabeza de culebra o coyote, puertas a otros lugares, sitios sagrados, encantos, guardianes y guardianas.
El fuego se enoja, y cuando eso sucede reclama todo y nosotros corremos, nos asustamos, miramos con asombro; la montaña arde. El corazón de la tierra y el corazón del cielo se entristecen.
Al fuego se le respeta, se le pide perdón, se le reconoce su naturaleza salvaje, se le ofrecen candelas y flores, se le pide que descanse, que duerma, si el volcán o la montaña agarran fuego, algo de nosotros también se quema, se hace herida, cicatriz que llevaremos en esta y otras vidas, así se habita este lugar, un lugar en llamas.