Ella recuerda que no había día que no le dijera que íbamos tarde a un lugar o que le preguntara −¿cuánto tiempo falta? Recuerdo que, pacientemente, ella me contestaba que ella me había esperado a mí por nueve meses y que no estuviera desesperada porque la espera también tiene su gracia.
Parece que a muchos chiquitos les pasa esto, conozco a un niño de siete que todo el tiempo le pregunta al papá −¿qué vamos a hacer después? El papá le contesta que disfrute el ahora, el momento, porque ése no regresa. Es difícil explicarles a los niños el tiempo y sus dimensiones, pero más difícil aún es ser un adulto de la posmodernidad y comprender esas lecciones.
Las compras ahora se hacen en un clic, sin moverse de casa, sin hacer colas, sin perder el tiempo. La banca en línea nos permite hacer pagos y cumplir con compromisos sin mover un pie. La tarjeta de crédito nos da esa sensación de instantánea gratificación sin esperar, al instante.
La vida de la internet, la vida del siglo 21, valora poco la espera, es más, la rechaza y evita a toda costa. Como si fuera un mal. Sin embargo, dicen que el tiempo es un invento humano que nos permite cuantificar y calificar nuestros actos, nos pone en perspectiva una realidad que en el momento no es tan clara.
Hace mucho tiempo que no recibo ni envío cartas o postales. Es de esas cosas que ya no se hacen. Ahora mandamos correos electrónicos, texteamos y subimos fotos en las redes sociales. Aun en la distancia, miles de kilómetros lejos de casa podemos recrear una cercanía a través de la tecnología. Esto de alguna forma nos evita la espera. Si extrañamos a alguien le escribimos un mensaje, hacemos una videoconferencia y satisfacemos esa necesidad en el momento, rápido.
Mi abuelita y mi mamá me escriben cartas y son uno de mis tesoros favoritos, supongo que además de los mensajes que tienen me gustan porque ellas saben escribir cartas. En sus tiempos una carta era la única comunicación que podían tener con otra persona por meses. En esas palabras se resguardaban promesas y sueños con los que uno reflexionaba y esperaba.
Alejarse físicamente de las personas que uno ama es aprender a serenar esa necesidad pos moderna de rápido e intenso, nos da espacio para la reflexión y para disfrutar el tiempo. La espera es la ilusión, es imaginarse, soñar y recrear un momento. Faltan cuatro horas para verte y disfruto cada segundo.