Mejor noticia no pudimos haber tenido porque en Guatemala con frecuencia se toma por el camino más fácil: La destrucción.
A criterio de los expertos del Ministerio de Cultura, la mayor parte de los inmuebles patrimoniales tienen daños que son reparables. Así las cosas, habrá de establecerse un justo equilibrio entre lo estipulado en la Ley del Patrimonio y lo que manda la razón, minuciosa labor que ha de ponderar la salvaguardia de la vida humana.
San Marcos tiene edificios emblemáticos. Entre ellos, el Templo de los Masones y el Palacio Maya, edificios —decimonónico el primero y del siglo pasado el segundo— que guardan historia no descifrada o cuando menos no conocida por personas que como yo, somos profanos en cuanto la simbología que los cubre.
El Templo de los Masones, arrostrado a la Iglesia Catedral, contiene una tradición narrada físicamente, desde las gradas de la puerta principal hasta el último rosetón. Y qué decir de los signos enclavados en las columnas y de las oquedades donde se distingue la estrella de los cinco picos.
El Palacio Maya data de 1942. Su riqueza radica tanto en su diseño como en el significado histórico de la unificación de los municipios de San Marcos y San Pedro Sacatepéquez, conflictuados desde 1776. Se construyó como signo de vínculo fraterno y se constituyó en la sede del gobierno local. La nueva ciudad se llamó San Marcos la Unión.
Y la Iglesia Catedral, no menos valiosa, tiene una cimentación que se remonta al siglo XVI. La población que se fincó alrededor del templo se llamó originalmente El Barrio. La Iglesia Católica fue dedicada a San Marcos Evangelista, de donde se originó el nombre del departamento.
Indudablemente, el edificio de los masones y la Iglesia Catedral han de tener estructuras ocultas. La mayoría de los templos construidos en los siglos XVI y XVII tienen catacumbas, criptas, túneles y pasillos que podrían, a la luz de la tecnología actual, proveernos de más conocimiento en cuanto los hechos sucedidos en su entorno. El templo masónico no es del XVI pero sabido es que los masones dejan mucha información en códigos encriptados.
No hay mal que por bien no venga y podría ser esta la oportunidad para explorar las bóvedas y el subsuelo de estos santuarios. Así se lograría evitar lo sucedido en Cobán en los años sesenta del siglo XX.
La Catedral de Santo Domingo de Cobán, hasta 1964, tenía a ojos vista: Cinco enormes retablos en cada lado. Cada uno con su calle del evangelio, la calle central y la calle de la epístola. La temática era cristológica pasional y los retablos iban creciendo en importancia desde el coro hasta el presbiterio. Las columnas de los altares, estilo salomónico, expresaban la arquitectura barroca esplendorosamente.
En 1964, un personaje influyente decidió “reconstruir” el templo. Se le ocurrió que el artesón estaba en peligro de caer. No hubo consultas a expertos, diagnósticos previos, ni estudio científico alguno que protegiera el patrimonio. Vino entonces la destrucción y la depredación. Las columnas de madera aún podían verse, tres años atrás, como ornamento en un hotel de la localidad. Los lienzos de los retablos fueron quitados de las naves. Hoy, forman parte de colecciones privadas.
Por esas razones, el Idaeh tiene razón. En San Marcos, el patrimonio debe conservarse hasta donde sea posible. ¿Peligro?, lo habrá. Y ha de analizarse concienzudamente qué se puede tener en pie y qué debe ser demolido. Como ejemplo, la ciudad de Antigua Guatemala es un modelo de conservación. Ruinas hay sostenidas con andamiajes. No sé si resistirían un sismo arriba de 7 grados en la Escala de Richter pero allí están y los respectivos avisos de prevención hacen poco menos que imposible el evento de una desgracia.
La Catedral de Cobán y el Convento de Santo Domingo, aledaño al templo, es el ejemplo de cómo no se debe proceder. Aún recuerdo, no sin cólera, los retablos tirados en los patios del claustro llevando sol y agua. Y cuando se “reconstruyó”, se sepultaron, espero no para siempre, las catacumbas que se percibían con solo caminar cerca del comulgatorio. Los pasos resonaban y los ecos anunciaban las oquedades en el subsuelo. Ni hablar de los túneles que conectaban el convento con otras edificaciones cercanas, entre ellas, la casa de mis abuelos.
La postura del Instituto de Antropología e Historia es encomiable y merece ser atendida.
A nuestros hermanos marquenses: ¡Sursum corda!, de peores caídas nos hemos levantado. Pero, no basta solo levantar fuego: Obras son amores y no buenas razones. De tal manera, ¡cuenten con nosotros!