Muerto porque, como fantasma, sos invisible ante el ojo ajeno y la indiferencia es un alud.
Hoy más que nunca toca pensar en eso: en los aludes. De tierra y piedras o de indiferencia ante el sentir ajeno. En cómo hay cosas que preferimos no ver hasta que se convierten en tragedia.
Me atormenta pensar que, mientras me baño y cocino y compro y sonrío, alguien espera ser rescatado bajo toneladas de lodo y piedras. Personas vivas. Personas enterradas. Toneladas de lodo y piedras, y ellos seguro piensan en la última vez que se bañaron y cocinaron. O en las sonrisas y las compras que harán al salir. Vivos, pero enterrados.
Fui a un entierro recientemente: el de mi papá, para ser más exactos.
Y, como todos sabemos, el momento más triste es justamente ese: cuando vemos que la tierra cubre todo y no hay más que hacer. Se terminó. No hay vuelta atrás. Y el saber que sobre esa misma tierra pronto crecerá pasto nuevo y la vida continuará.
Y allí estás vos: caso perdido. Irremediable ser. Enterrado. Enterrado vivo. Bajo el alud de tierra y piedras o de indiferencia, lo mismo da. Y no hay recursos y no hay tiempo y no hay voluntad. Desahucio y vuelta de hoja. Eso o que sencillamente nadie quiso ver.
Y respirás entre el ripio y la ceguera ajena. Y podés gritar, pero no sabés si alguien quiere escucharte. Enterrado vivo. Enterrado vivo y saberlo.
Morir. Es lo más sencillo. Al fin y al cabo, la indiferencia pesa más que la voluntad.
Saber que pasan las 72 horas de búsqueda reglamentaria y no concebís que se abandone el esfuerzo y que se declare cementerio el lugar.
Saber que tenés 72 horas para convertirte: convertirte en cadáver y luego en semilla. Semilla enterrada. Enterrada para germinar y dar nueva vida.
Pero eso viene después. «Hay que morir para vivir», cantaba yo cuando iba a misa. Y así cantamos todos mientras enterraban a mi papá. Y así cantarán las familias de los soterrados.
Morir. Es lo más sencillo. Al fin y al cabo, la indiferencia pesa más que la voluntad. Morir, pero no importa. Ya crecerá pasto nuevo. La vida continuará. Es lo que debe ser.
Pero ¿y mientras?
¿Esperar la muerte y permitir que la indiferencia gane?
Gane porque «sos un caso perdido» y «no hay nada más que hacer». O porque no hay tiempo y no hay recurso. Es mejor estar muerto. Muerto porque, como fantasma, sos invisible ante el ojo ajeno y la indiferencia es un alud.