Políticas violentas, educación para la exclusión

Estamos tan acostumbrados a las violencias, exclusiones, etiquetas, vulneraciones, que las miramos y no las reconocemos. Seguimos en los medios de comunicación  noticias en las cuales niños/niñas de colegios son registrados, manoseados para asegurar que no lleven nada prohibido y no hacemos nada, al parecer estamos de acuerdo porque es “por su bien”.

Las autoridades, del colegio y de la policía, están satisfechas por los operativos, al parecer son un éxito, debido a que encuentran paquetitos de alguna droga con los cuales justificar la violencia y el maltrato  a todos los jóvenes. Nos encontramos tan insensibles a la realidad que miramos en los usos de drogas un pretexto ideal para validar formas de control social y exclusiones.

Operativos de vulneración de derechos como medida preventiva, pues según el imaginario social, el miedo es preventivo, todos los estudios en los que se demuestra que el miedo paraliza, anula, genera violencia, quedan invisibilizados por los prejuicios. Muchas fundamentaciones demuestran que la prohibición, criminalización, estigmatización solo profundiza las distancias sociales, se conoce que ninguna reflexión crítica y toma de decisiones auténtica se produce bajo amenaza y violencia. Se conoce además que hay prácticas que se demostraron fallidas para sus fines declarados, sin embargo, la política y prácticas no se basan en fundamentos científicos, parten de intereses de control social y de la ideología impuesta por la política global.

Nos quejamos continuamente de la violencia que miramos en el mundo, que habitualmente es atribuida a determinados grupos sociales a los cuales se les etiqueta de muchas formas y se les atribuye la responsabilidad del malestar social. Pero cómo estamos formando a nuestras generaciones más jóvenes, qué enseña un acto de atropello en el que se vulnera la privacidad, intimidad y se construyen relaciones de desconfianza.

Por una parte se refuerza la idea de que la violencia “es por tu bien”. Toda práctica que lastime, vulnere, humille, que sea realizada por la autoridad, es un “esfuerzo por el bien común”. Esto conduce a otra enseñanza, la violencia puede ser positiva y justificada si se hace por nuestro “bien”, en donde el concepto de lo que está bien o mal, y es bueno o malo para cada persona, lo decide bajo parámetros bastante confusos y contradictorios “la autoridad”.

Desde esta aproximación los derechos pueden ser vulnerados si es por parte del poder dominante, a partir de esta comprensión los derechos son solo para los que tienen y representan el poder y su  exigencia es solo un discurso confuso que exige a los de afuera que respeten los derechos que desconocemos internamente.

Una lección importante, será que aunque existen edades consideradas de mayor protección y priorización en lo social, pocos defienden los derechos si esto atenta al status quo. Padres, madres de familia, docentes, defensores de derechos humanos, medios de comunicación, miraron en silencio lo que pasaba en los colegios, nadie salió en resguardo de esos jóvenes, no se realizaron huelgas ni ningún tipo de reclamo, los padres y madres de familia murmuraban que “es por su bien”. Un silencio cómplice de todos, orfandades familiares y sociales, una intemperie que daña, que genera mayores huellas que la misma práctica violenta, el silencio valida, respalda.

En este escenario los espacios de construcción individual, colectiva, de desarrollo, son tomados para la exclusión, violencia, vulneración, desconfianza. Ante estos hechos queda confirmado que no vivimos en Estados de derechos, no hay presunción de inocencia, se arrebata la inocencia desde las primeras etapas de vida, el ser joven es en el imaginario colectivo una característica sospechosa.

 Es complicado no ser violentado de alguna forma si eres joven, mujer, o perteneces a los grupos llamados minoritarios, que aclaramos son mayores en número pero menores en poder y en goce de derechos.

Aquellas aulas que se construyeron para la cimentación del Buen Vivir, se convierten en escenarios de violencias, de deformación del pensamiento, de ideologización, de exclusiones y etiquetas. Lugares en donde aprendemos a dudar,  dividir,  rechazar, callar.

Aprendemos a respaldar prácticas sin fundamento “por el bien” de las economías y sistema dominante que desea controlar incluso las decisiones y experimentaciones de cada edad, por el bien del status quo, por el bien del mercado ilegal, por el bien del no cambio, por el mantenimiento y profundización de las violencias, por el bien de formas diferentes de esclavitud ligadas a creencias,  por mantener cadenas fuertes y crueles, unas que al no ser tan visibles dificultan asumir el reto de romperlas.

Irónicamente reclamamos derechos, soberanías, cuando en nuestras creencias y prácticas todavía nos miramos como esclavos. El reclamo hacia afuera de lo que tiene que ser asumido internamente muestra el límite. Un libre no reclama, vive su albedrío. La incoherencia de la política internacional es que reclama, proclama, anuncia, debate, buscando convencer a otros de lo que necesita sea implementado en su propio pueblo. El reto es liberarnos de tal manera que esos derechos que reclamamos sean vividos y disfrutados por todos y todas en nuestra sociedad, el desafío es la elaboración de nuevos acuerdos sociales que sean en su práctica un grito de libertad.

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(*) Magister en Gerencia en Salud para el Desarrollo Local, Especialista en Planificación Estratégica en Salud, Especialista en investigación en el Fenómeno de drogas.

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