Los acusados son una familia. Papá, mamá y dos hijos veinteañeros. No sabría cómo describir al papá, más que decir que parece alguacil o enterrador de las películas del oeste. Es rosado de tan blanco que es. Tiene 50 y pico años y ya su pelo está completamente blanco. Una abundante cabellera blanca, ondulada, engominada. Y un bigote que se extiende ligeramente más allá de las comisuras de los labios hacia las mejillas. No es nada difícil imaginárselo con una pistola al cinto y una estrella de bronce prendida del chaleco.
Y de muchas formas, este caso es un buen recordatorio cómo, a pesar de los Walmarts, los Targets, los Starbucks y la el monstruoso edificio recubierto de una chapa de cobre brillante de Corte Federal, esta zona es aún el Far West.
La familia vive (o vivía, depende del veredicto) en un enorme trozo de desierto y tenía una tienda de armamento con miles de armas y millones de balas. La tercera más grande de Nuevo México, dijeron en el juicio.
Y visto lo visto, no termina de tener sentido que haya tantas tiendas de armas para abastecer a sicópatas que les gusta tener cientos de armas en su casa. La explicación, supongo, está más enraizada en la cultura de armas que hay en este país.
A la gente le gustan las armas. Es una cuestión visceral, ancestral, histórica. Tengo un amigo que tiene cuatro escopetas, una pistola para él, su esposa y sus hijas, una metralleta para él y otra para su esposa y rifles para sus hijas.
Cuando le pregunto para qué, su respuesta es totalmente en broma, totalmente en serio.
–Para el Apocalipsis Zombie –me contesta sin inmutarse, sin ponerse a pensar que es completamente descabellado lo que dice.
Luego me explica que bajo el paraguas del Apocalipsis Zombie, caben tantas cosas. Cabe una invasión estilo Pancho Villa, de los cárteles mexicanos a alguna ciudad fronteriza. Después de todo, los cárteles tienen a su gente acá y en algunos pueblitos de la frontera los cuerpos de policía constan de uno o dos agentes que patrullan las somnolientas calles de tierra buscando maridos violentos o adolescentes mariguanos.
Otra, me dice, es un colapso total de la economía mundial. Y se lo toma en serio. Está convencido, como tantos otros estadounidenses, de que en un día no muy lejano, todo se va a ir a la mierda y vamos a volver a plantar nuestra comida, cardar la lana y el algodón y batir la mantequilla en casa. Tiene latas y todo el cabrón. Y armas, muchas armas para defender sus latas.
Me dice, como dicen tantos otros americanos como él, que el emperador Hirohito mencionó una vez que sería imposible invadir este país porque detrás de cada hoja de grama habría un fusil esperándoles. Y creo que, acá en el desierto, hay más fusiles que grama.
La invasión podría, incluso, provenir de los boinas azules. Nunca se sabe.
Y no es hasta que uno entiende esta fascinación por las armas grandes y chicas que uno comprende por qué hay una venta de armas y municiones en cada pueblo, por qué venden balas en la ferretería y rifles en el Walmart.
Y allí están, en esa luminosa corte federal. El gobierno, levanta un caso de exportación ilegal de armas y de falsificación de documentos en la compra de armas. Da la impresión de que es de esos casos en los que ocurre lo que pasaba en Guatemala, cuando la fiscalía no tenía leyes para acusar a los traficantes de niños y recurría a leyes diseñadas para procesar tratantes de blancas. Casos en que no hay consenso en el estado sobre que un hecho concreto debe ser considerado como delito y el gobierno usa leyes diseñadas para otros fines con tal de castigar una actividad que considera nociva.
Y la defensa replica y repite que es un ataque en contra de una Familia Americana, con Valores Americanos por parte de este departamento de justicia.
Al final de cuentas habrá un veredicto por parte de 12 de sus conciudadanos y serán ellos quienes decidan si la familia esta merece o no castigo por haberle vendido armas (fusiles AK-47 y rifles de francotirador calibre .50) a un tipo que alardeaba sobre que con ese armamento podría ganar la guerra en México.
Y a eso se reduce esto. A doce personas juzgando las acciones de una familia a través de su experiencia vital y sus valores.
A eso y al debate (o la ausencia de este, más bien) que hay como telón de fondo sobre la pertinencia de regular más la venta de armas, de las masacres como la de Colorado que ocurren con pasmosa recurrencia, de lo mucho o poco que importa de este lado de la frontera la guerra que se libra en México y, sobre todo, la ausencia total de capacidad que pareciera haber en este país para discutir un tema sin que se vuelva una cuestión de tú contra mí.