Paternidad: la biología no manda

Esto muestra que la paternidad, como todas las conductas humanas, es una construcción social, simbólica, por tanto histórica. No existe un modelo único, normal y eterno.

Si hay que «asumirla», no es entonces algo dado de antemano, natural. Secundariamente podríamos preguntarnos si acaso la maternidad lo es, aunque eso excede nuestra presente reflexión. Por lo pronto sabemos que es algo que «debe aceptarse», que no adviene espontáneamente. ¿Cómo entender que algunas madres abandonan sus hijos? O incluso que muchas mujeres deciden racionalmente no concebir. La biología queda corta para explicar todo esto.

¿Qué significa ser padre? Es más que participar en el acto de la concepción; implica lazos afectivos, y además posicionamientos jurídicos. La noción de padre no es la de macho semental. El afecto hacia un hijo es algo que une de por vida, superando razones lógicas.

Sin embargo, este tipo de vínculos no está asegurado por mecanismos instintivos. No todos los varones «asumen» la paternidad. Al contrario, la forma que la misma adopta está profundamente marcada por circunstancias histórico-culturales. Por lo pronto, en Guatemala un tercio de las mujeres son madres solteras; es decir, quien las embarazó, desaparece de escena y no se hace cargo del ser engendrado. Estamos ahí ante algo absolutamente cultural, social.

Una concepción machista patriarcal del mundo, donde el varón adulto es centro de los poderes y sus decisiones son inapelables, hace de la paternidad una cuestión del orden de la propiedad privada. Ser padre es ser dueño de los hijos; pero la crianza de esa prole, dada la división social del trabajo, no es asunto varonil (esas, aparentemente, no son «cosas importantes». Un macho que se precia de tal…, no cambia pañales).

Esta visión, hoy día algo permeada por pincelazos alternativos, sigue siendo dominante en buena medida respecto a cómo se entiende y vive profundamente la paternidad. De ahí esa cantidad significativamente alta de madres solteras.

No pretendemos establecer, vía manual, qué es ser un «buen» padre, y mucho menos cómo conseguirlo. Valga aquella frase de «un padre que da consejos, más que padre… ¡pudre!». Simplemente podemos adelantar que la dificultad en juego en este tema no es sino una evidencia más de la finitud de nuestra humana condición. Los varones no son simplemente padrillos, machos reproductores. Llegar a ser un padre conlleva un esfuerzo cuyo resultado final es siempre incierto, no exento de tropiezos.

¿Cuándo somos buenos padres? Para un varón machista, que es lo normal en nuestro medio, ¿qué significa esto? Ser machista –esto es, no aceptar una autocrítica de los privilegios de género que tienen los varones– es algo criticable; pero sigue siendo el modelo social dominante. Aunque esta visión actualmente esté comenzando a resquebrajarse (muy lentamente aún), la idea de padre como centro familiar, no comprometido en la crianza doméstica de los hijos y proveedor material por excelencia, sigue siendo una realidad. Seguir educando a los hijos en este modelo abre entonces una serie de interrogantes. El machismo, por tanto, lo mantienen tanto varones como mujeres; es un problema del todo social.

Por ser machista ningún padre varón es «malo»; es machista simplemente. A lo que se puede aspirar es a un ideal no machista, a forjar hijos no machistas. Un padre, para ser tal, no necesariamente tiene que ser «fuerte», «viril» y «estricto». Ser buen padre es, en síntesis, tener una actitud de preocupación hacia el hijo. Hay padres homosexuales. ¿Son «malos» padres?

La paternidad, entonces, es básicamente una cuestión de actitud; lo bueno es si hay autocrítica genuina y productiva respecto a cómo se asume.

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