Con esto se abría la posibilidad de teorizar que no siempre los resultados electorales que parecen oxigenar un sistema político son resultado de cambios estructurales en posiciones valorativas. El México del año 2000 era tan autoritario, patriarcal, machista, violento y autoritario cómo el México de los años previos. La sustitución de un régimen autoritario atendía a otras razones, no a interiorizar la vocación demoliberal.
Claro que para materializar lo anterior fue necesaria la utilización de un perfil de candidato que, aunque no era outsider, mantuvo siempre un tono de gestión que se asemejaba al del outsider. Durante esa campaña política, Fox se llevó el mote de Jinete sin Cabeza por sus muy particulares respuestas y opiniones. A pesar de haber sido diputado federal y gobernador del estado mexicano que aglutina la industria del calzado, Fox parecía neófito, olía a neófito, sonaba y andaba como neófito. La confianza ciudadana, claro, apuntaba a que como miembro de un partido político bien establecido entraría en cintura, ya que al fin de cuentas el PAN había gobernado con éxito la zona industrial del país. No había riesgos entonces. Con ese margen de maniobra y confianza, este candidato realizó acciones hasta antes desconocidas en la vieja política mexicana. Una de ellas, por ejemplo, hacer el juego de que cualquier ciudadano capacitado enviara su hoja de vida para conformar parte de los equipos de trabajo. Se contrató incluso una compañía de headhunters para administrar los perfiles. El nuevo gabinete sería un gabinete plural y muy representativo. En realidad, el gabinete se conformó con el apoyo de todos los tanques de pensamiento de centroderecha y de las facultades de economía del ITAM y del Tec. En la época de Fox, la moda de un gabinete de niños bonitos tecnócratas alcanzó lo que Salinas de Gortari solo había soñado.
Luego de leer estos párrafos, uno puede encontrar una similitud con lo que sucede en Guatemala, con la salvedad de que en el caso guatemalteco estamos ante un outsider que quiere empezar a mostrar el tono presidencial en lugar de continuar como neófito. Pero también hace uso de esta modalidad: hacer suponer que cualquiera que esté capacitado puede postularse a los equipos de trabajo, aunque es casi seguro que su gabinete será diseñado por tanques de pensamiento de orientación conservadora. El perfil tecnocrático no es problema. El problema radica en la orientación: este es un momento en el cual la política fiscal debe seguir enfoques contracíclicos.
Pero vamos a un punto más interesante.
¿Cuál es la fascinación con el outsider o con actores políticos que fingen —a pesar del historial— ser outsiders? En el caso del presidente electo Jimmy Morales, no solo es su carácter de nuevo, neófito y no contaminado. Porque si Jimmy Morales fuese un outsider de izquierda (que los hay, así como hay institucionalistas de izquierda), es seguro que jamás habría encontrado un solo financista y habrían votado por él cinco gatos. ¿Outsiders de izquierda? Pues sí. Por ejemplo, Antanas Mockus Šivickas, profesor universitario y luego alcalde de Bogotá, no ocupó cargo público antes de dicho puesto. Algunas de sus políticas en relación con la cultura ciudadana bordeaban la centroizquierda. Pero verdad de Dios es que los outsiders de derecha son más comunes y efectivos porque, aunque no sean tolerantes a una estructura de partido, pueden articular un discurso que cautiva: sentido común para administrar la cosa pública, moralidad para gestionar el Estado, ética de trabajo para el quehacer diario, sentimiento de amor patrio y el deseo de mirar al futuro para no abrir las heridas del pasado. Jimmy Morales es un outsider con un discurso muy bien conocido.
Y esa es su genialidad. No es un político tradicional, pero su discurso sí lo es.
Aquí es donde hay la necesidad de hacer un revisionismo desde la plaza.
Históricamente, las izquierdas (en todos sus tonos) han cometido el error de universalizar la posición de sujeto en momentos específicos. ¿Los indignados de la plaza no obtuvieron representación política? Bueno, en tanto la plaza no es y jamás será homogénea (volvemos al error soviético), algunos sí la tuvieron. Canalizaron su indignación por la corrupción en un outsider de discurso conocido. El sector que en la plaza abogaba por el eje de pluralismo, tolerancia y derechos humanos aún no propone ese proyecto contrahegemónico, ese gran frente amplio que podría aglutinar diferentes universos para los cuales la agenda de derechos humanos, la agenda de una seguridad no militarizada (que evite la tentación de la ejecuciones extrajudiciales), la agenda de tolerancia a las identidades alternativas y atender la desigualdad puedan hacerse una agenda real.
Hay agrupaciones nuevas en Guatemala compuestas por jóvenes que desde el horizonte de la centroizquierda podrían muy bien, en los siguientes cuatro años, preparar los cuadros, definir agenda, trazar puentes de diálogo con otros sectores y lanzarse al ruedo. Es importante hacerlo porque, después de cuatro meses muy interesantes, vemos que hay una prolongación de un proyecto conservador cuyos artífices, con mucho mayor pragmatismo político, saben muy bien sobrevivir a la tormenta y reaparecer.