Durante una interacción en el interior del país me percaté de que los hombres no solo no me dirigían la palabra, sino que ni siquiera hacían contacto visual, y mucho menos contacto físico: el saludo de mano jamás fue dirigido hacia mí, estableciendo de esta manera, ante mi presencia, un orden patriarcal, cuyo pacto se sellaba con la interacción única hacia mi compañero de viaje. Era más que obvio, el pacto era únicamente entre ellos.
El ver a la mujer como «propiedad» del otro no les permite una interacción sana entre las personas, incluso mi interacción con otras mujeres en cierto punto fue tan limitada por ser categorizada por mi propio género como «lo otro», si bien lo otro, en este caso, se posiciona de una manera diferenciada entre mis pares, al ser valorada como una «mujer» con valores distintos a los reproducidos por las mujeres de la comunidad, por ende, tampoco se les permitía ampliar la interacción con mujeres como yo, tras verse obligadas a respetar un esquema de valores hegemónicos, cuya predominancia la ejercen los hombres (padres, hermanos, esposos e hijos).
Los procesos culturales no pueden ser la justificación de las desigualdades.
A diferencia de la libertad de interacción entre hombres, fue muy marcado que las mujeres únicamente somos invitadas al diálogo cuando se dirigen a nosotras, o sea, «cuando se nos permite». Una, al estar acompañada de un hombre, es considerada automáticamente como la «propiedad» de alguien más y, por respeto a ese derecho de propiedad, las mujeres somos anuladas en los procesos de interacción social.
«Su pareja», «su novia», «su esposa» son acepciones que nos remiten a lo mismo, el significado es muy profundo al ser una interacción establecida únicamente entre hombres, cuya afirmación frente a nosotras la hace obvia, nos continúan viendo como objeto de propiedad.
Los procesos culturales no pueden ser la justificación de las desigualdades, de las condiciones indignas de desarrollo de los seres humanos, nosotras tenemos derecho a ser reconocidas como sujetos, tenemos voz y voto y debemos hacerlos valer.
El abordaje de los derechos humanos de las mujeres es fundamental para romper esta idea de propiedad, el empoderamiento de nosotras a través de procesos económicos, de socialización, participación, representación, y muchos otros son fundamentales para dejar el miedo a decir «yo también existo», para que los sujetos rompan ese pacto y logren visualizar que no somos su propiedad.
Ante esa incómoda experiencia, en pleno siglo XXI, es necesario remarcar que nosotras somos sujetos garantes de derechos, nosotras también existimos.