Más claro no canta un gallo. Cualquier carga impositiva de inmediato se traslada al consumidor final. Así sea el ISR, el IVA o uno nuevo, como el pretendido para contrarrestar la corrupción. Y lo dijo recientemente un empresario en un medio televisivo. Con toda la naturalidad (o desfachatez) del caso.
Qué duda cabe. Los ciudadanos de a pie tenemos mucha confusión. Entre información y desinformación no se tiene un norte cierto que nos permita argumentar con algún grado de certeza. Y esa desinformación se ve acrecentada con la salida de varios columnistas a quienes en cierto medio escrito les dieron las gracias. Eran de lo poco creíble que había. Es decir, las vísperas terminaron. Comenzaron las fiestas de la ultraderecha vulgar.
En medio de la batahola hay tres escenarios —en cuanto a salud atañe— que deben quedarle muy claros a la población. El primero, referente a que más de 40 hospitales a lo largo y ancho del país están en la falencia total. El segundo, relacionado con la corrupción: bastaría con recuperar lo robado para superar en mucho las dificultades de todo el sistema de salud. El tercero, relativo a que el actual ministro de Salud está en la pura galería en cuanto a cómo funciona la cartera. Hasta non grato lo declararon los jefes de servicio del hospital Roosevelt. Era lo mínimo que se merecía tan impresentable individuo.
La población debe ser consciente de que no es el personal hospitalario el responsable de los malos resultados que pueda haber en un tratamiento. Ni el personal que trabaja en prevención es responsable del desastre epidemiológico que se nos vino encima. Al paludismo se sumó el dengue. Al dengue, la fiebre del chikunguña. Y a esta le siguió en cola el virus del Zika, que ya lo tenemos en el oriente del país.
Ni qué decir de las enfermedades transmitidas por alimentos. Solo el año pasado hubo más de medio millón de casos asociados a rotavirus, norovirus, adenovirus, bacterias y amebas. Ah, pero el señor ministro de Salud ignora a la fecha cuántas plazas hay en el ministerio que atrevidamente se puso a dirigir (¿?).
¿Por qué el anterior collage de denuncia e información? Pues la razón es una sola: la basa de todo lo expuesto tienen un nombre sin apellido primero ni segundo. Se llama corrupción.
Entonces, ¿cómo se les ocurre que aceptaremos con agrado más impuestos cuando las otras líneas están intactas y haciendo de las suyas? Ni que fuéramos egregios discípulos de Los tres chiflados.
Como un ejemplo, el Congreso no ha sido depurado. Allí hay personajes tan desastrados como faltos de todo decoro. Ni soñar con que renuncien. Y más de una decena de los nuevos están en riesgo de no poder asumir el cargo por diversos señalamientos. ¡Vaya joyitas las que se coleccionan en ese organismo! ¿Y así quieren que demos más tributo? ¡Por favor!
No podemos soslayar que tributar es indispensable para el buen funcionamiento del Estado. No podemos exigir servicios públicos de cinco estrellas haciéndonos los sapos cuando de pagar los impuestos se trata. Y Guatemala es uno de los países de América Latina donde menos carga tributaria hay. La cuestión estriba en la poca credibilidad que tienen las personas que manejan el Estado. De tal manera, si se desea que paguemos más impuestos hagámoslo, pero antes saquemos a los mercaderes del templo.
La corrupción y la inacción nos están matando. Los deshonestos haciendo de las suyas y nosotros callando. ¿No será acaso tiempo de volver a los parques? La ley lo permite, la justicia lo pide y la moral obliga.
Así que, mientras estén los mismos huevos hueros en el canasto, ¡ni un centavo más!