Protestaban y denunciaban su fastidio contra la banca y el sistema financiero especulativos, principales responsables de la crisis económica estadounidense que estuvo a punto de hacer colapsar el sistema financiero mundial a finales del 2007. Desde el parque Zuccotti, donde se establecieron asambleas populares en las que se discutían y tomaban decisiones en conjunto, otras ciudades estadounidenses no dejaron pasar el acontecimiento y, como efecto dominó, lograron por fin ser el centro del debate público, en lo que algunos denominaron “el otoño estadounidense”.
Si bien el movimiento fue impulsado virtualmente desde la ciudad de Vancouver en Canadá, también es cierto que ya existían antecedentes -unos más pacíficos que otros- desde inicios del 2011: a nivel internacional, la primavera árabe iniciada en Túnez con las subsecuentes revoluciones que culminaron con el final dramático de los regímenes autoritarios en Egipto y Libia; a nivel interno, las protestas de trabajadores públicos en Madison, Wisconsin, y la toma de la legislatura estatal por sus ciudadanos en uno de los inviernos mas fríos registrados en la región; en Guatemala y América Latina, esto de las protestas sociales es moneda corriente desde siempre, pero sacar a los estadounidenses del confort y letargo desde las últimas movilizaciones sociales de los sesenta, y empezar a despertar conciencias sobre temas como la inequidad y cambios en las estructuras en el sistema, eso sí era radical.
Como escribiera y explicara hace un año en este medio, recuerdo que yo también me uní a la primera manifestación en mi rinconcito del mundo y al igual que miles, enarbolé el puño, haciendo eco de oposición a temas que todavía siguen siendo hoy centrales en la agenda política y económica de los países desarrollados: medidas económicas austeras, modelos de consumismo a ultranza, desinversión en la educación pública y en programas sociales, sistemas políticos disfuncionales y financiamiento desmedido de las campañas electorales. Al cabo de los meses, después de oposición y forcejeos, los manifestantes tuvieron que levantar sus campamentos (allí y en otros lugares), pero OWS estaba para quedarse en el imaginario colectivo.
Otro movimiento para quedarse fue el 15 de mayo en Madrid (15-M) ese mismo año, el de los indignados, que mucho antes que OWS y su ya famoso lema “somos el 99%” nombró el descontento global de esa primavera. Y por lo mismo, menos desapercibidos han pasado los sucesos en Madrid estos últimos días, cuando en otra gesta social, el pasado 25 de septiembre (25-S Rodea el Congreso), los indignados españoles salieron de nuevo a las calles a protestar las medidas económicas de la actual administración. Afectados por una tasa de desempleo que ronda el 25 por ciento (más agudo para los jóvenes, llegando casi al 53 por ciento) e incrementos a los impuestos y cortes sociales, los manifestantes se abalanzaron a las calles exigiendo un nuevo contrato social a la vez que vociferaban su enojo contra los políticos, el sector bancario y el nuevo paquete de austeridad que se debate en el congreso español.
Se ha criticado la eficacia de estos movimientos sociales facilitados por las redes sociales y los medios periodísticos alternativos, tildándolos de acéfalos y sin líderes visibles. Hay quienes indican que para ser exitosos y no ser efervescentes, tales movimientos deben institucionalizarse y convertirse en opciones político-partidistas que compitan dentro del sistema. Si bien esto no ha sucedido hasta el momento -a excepción quizá de los movimientos árabes en donde se han producido cambios drásticos, el mérito es otro: se sigue consolidando una sociedad civil transnacional, sirviendo de engranaje entre lo local y lo global; haciéndose eco constantemente, como el #yo soy132 mexicano; mostrando robustez y desplazando mensajes anti-democráticos, como los del Tea Party estadounidense; oxigenando como un boomerang democracias de menos larga data, como la guatemalteca; forzando a nuestros representantes políticos locales y a la dirigencia financiero-económica global a responder y rendir cuentas.