Mi abuelo, después de estar casado con mi abuela Alba Sandoval, se volvió a casar con la compositora y pianista Haydée Moncrieff. Por lo que sé, él fue marimbista, contrabajista y trompetista, miembro de la Banda Marcial y de la Banda de la Guardia de Honor, así como miembro de famosas bandas de mediados de siglo: Marimba Orquesta Gallito, la orquesta de Guillermo Rojas y la de Cupertino Soberanis. La mayoría de estos conjuntos se presentaban en el salón Granada de la sexta avenida y en El Gallito de la novena calle. Por los desvelos, en muchas de las fotos mi abuelo aparece con lentes oscuros.
Su profesión le permitió codearse con muchos de la farándula guatemalteca de entonces. Según contaba mi abuela materna, Wotzbelí Aguilar les dedicó a él y a un grupo de amigos músicos la pieza Los trece, ya que siempre se organizaban como grupo. Además, era copista de música sacra y compositor de marchas fúnebres para las procesiones de Semana Santa. Gracias a Edgar Cabnal, quien dirige una página sobre música de cuaresma, ahora sé que fue autor de al menos tres: Cruel sentencia, Jesús Nazareno de santa Teresa y Jesús de la buena esperanza. Dos de ellas fueron interpretadas, por lo que se sabe, en 1986. Según indicó Cabnal, al parecer, las partituras están desaparecidas. Espero encontrarlas algún día.
Dejando de lado esa pequeña biografía-homenaje sobre él, era mi abuelo: el único de mis cuatro abuelos del que no guardo ninguna memoria directa. Todo lo que sé sobre él es una reconstrucción de las vivencias de mi mamá, mis tíos y mis hermanos y primos. El hecho de haber nacido con muchos años de separación respecto a mis hermanos y la mayoría de mis primos —casi una generación de diferencia— impidió que conociera no solo a mi abuelo materno, sino a otro montón de familiares que fallecieron años antes de que yo naciera o durante mis primeros años. Dicen que todos ellos eran excelentes personas, bromistas, conversadores, fiesteros y gente por demás interesante. Todo eso ha llegado a mí solo a través de la pura tradición oral y, eventualmente, a través de fotografías y algunos textos. Mi familia, como muchas más de antes y ahora acá en Guatemala, es una extendida, y quizá el hecho de no haber conocido a buena parte de sus miembros más destacados creó en mí el interés, desde pequeño, en conocer sobre historia.
La vida de un solo personaje —como mi abuelo materno— puede ayudar a iluminar toda una serie de relaciones políticas, económicas, culturales y sociales durante un período de tiempo relativamente largo.
¿Por qué es importante esto? Parece solo una memoria mía, pero no. En realidad, muchos construimos nuestra vida y nuestra historia así: a retazos, a través de lo que nos dicen los demás sobre el pasado. Las memorias familiares, en mi caso, son mayoritariamente del lado materno y abrumadoramente femeninas, con una secuencia de mujeres fuertes y decididas a través de varias generaciones. Esto ha sido la regla general en esta sociedad, donde los hombres muchas veces están ausentes o de plano abandonan el hogar. Y es a través de las mujeres como se construye la memoria y se reproduce la comunidad a nivel micro, es decir, a nivel familiar. Son fundamentales. A la vez, la vida de un solo personaje —como mi abuelo materno— puede ayudar a iluminar toda una serie de relaciones políticas, económicas, culturales y sociales durante un período de tiempo relativamente largo.
Las relaciones de compadrazgo, laborales y de amistad que mis abuelos maternos construyeron definieron buena parte de las relaciones que irían a tener mis tíos y mi mamá, así como mis hermanos y primos. A la vez se ramifican hacia personajes importantes para el siglo XX guatemalteco. Pero, ¡momento!, no era un fenómeno único: todos tenemos algún familiar que ha sido un nodo desde el cual se puede acceder a buena parte del pasado colectivo.
Mi abuelo materno fue uno de ellos. Y estaría cumpliendo cien años este mes. Feliz cumpleaños, abuelito. Ya habrá tiempo para conocernos mejor.