En eso de películas y series sobre educadores, Merlí supera por mucho a la cinta La Sociedad de los Poetas Muertos. Entre otras cosas, porque los dilemas que esta serie presenta son mucho más profundos y graves: muchachos de escuela pública cuyos padres se han visto afectados por el paro, chicos del sistema educativo público español que sufren los recortes diarios, estudiantes cuyos dilemas se resumen a no poder llegar a fin de mes, descartar un futuro como profesionales y elegir entre la migración o el subempleo. En ese contexto que describe una realidad tan grave es donde aparece el personaje de Merlí Bergeron (interpretado por Francesc Orella): un profesor de Filosofía en el paro y que además ha perdido el piso.
La serie (3 temporadas, 40 episodios) no es necesariamente perfecta. De hecho, se le pueden criticar varias cosas que aquí no vienen al caso. Al final de cuentas, es una serie de televisión. Lo que sí resulta fantástico en medio de su condición de serie mediática es la particularidad de titular cada episodio con el nombre de un filósofo reconocido. Las dinámicas y los conflictos que suceden en la serie van a ir mostrando cómo el pensamiento filosófico no está limitado simplemente al ejercicio especulativo, sino también a la vida ordinaria. Lo que el profesor Merlí logra mostrarles a sus estudiantes es cómo la filosofía sigue teniendo vigencia brutal cuando las sociedades deben cuestionarse el rumbo que han adoptado. En efecto, esta serie hace recordar los argumentos del libro Más Platón y menos Prozac en cuanto a que la filosofía, cual profesión y vocación, se llevaba a cabo caminando en las plazas y cuestionando todo lo que sucedía alrededor.
¿Qué cosas son agradables de esta serie? Algunos pequeños detalles que pasan desapercibidos. Pero quienes conocen la vida en Europa no negarán que tomar unas cañas sentados en el parque público es de lo más común. Además, el uso del idioma resulta fantástico. La serie tiene diálogos tanto en catalán como en castellano y da gusto escucharlos, pues los españoles son dueños de su lengua sin dejarse secuestrar por hipócritas correcciones. Decir «coño», «ni de coña», «esto es una putada», «a tomar por el culo» o cualquier cosa que nos salga de los cojones (incluso cuando se está en el aula) es maravilloso. Sí, esta serie presenta a un profesor de Filosofía irreverente, sarcástico y mal hablado, pero al final del día uno que incentiva a sus alumnos a ser críticos y a que tomen con madurez el destino por los cuernos. ¿Y qué significa lo anterior? No huir de la vida. La filosofía no evita que suframos, no nos provee una alteración de conciencia para evitar el dolor y escapar de la realidad. La filosofía nos da simplemente los caminos para interpretar la vida y comprenderla.
Merlí nos recuerda el postulado fundamental respecto a que la vocación filosófica empieza con el asombro y continúa con la provocación permanente. La noción socrática de que ironizar el mundo es la mejor forma de hacerlo propio. Algunos ejemplos. Ante la banalidad del consumismo actual, ¿acaso no vendría bien ser un poco cínico (en el sentido original del término) y reconocer que la existencia humana puede ser feliz con un modo de vida simple? ¿Acaso, ante los recurrentes casos de corrupción política, no es justo referirnos de vuelta a la socrática expresión la ciudad de los cerdos? Un poco del cinismo original de Diógenes nos bastaría para darnos cuenta de que un sistema que rescata los bancos pero recorta las pensiones es una soberana putada. Vamos por más. ¿Se pueden evitar las desgracias que la vida nos tiene reservadas? No. Pero, si leemos a Zenón de Citio, aprendemos que lo que sí podemos controlar es la forma de reaccionar ante las desgracias de la existencia. Y si reconocemos que no podemos conocer el mundo en su plenitud, que la complejidad de la existencia es tanta, ¿qué pasaría si, en lugar de defender dogmas, retomamos el valor escéptico de la epojé? Si se tuviera un poco más de ataraxia, quizá el mundo dejaría de matarse por defender ideas aparentemente eternas. Frente a una sociedad que permanentemente nos bombardea para crear necesidades innecesarias, ¿qué pasaría si enseñáramos más la sofrosina (la moderación, el autocontrol)? ¿O, si en lugar de fomentar las prohibiciones draconianas, se retomaran los ideales de Epicuro para perseguir la búsqueda inteligente de placeres? En esencia, esta serie, por vía no del papiro, sino de un medio de masas como Netflix, logra que millones de personas en el mundo se den cuenta de la importancia que tiene la tradición filosófica clásica para atender las cuestiones más importantes de la vida.
Precisamente, una de las lecciones más importantes que esta serie arroja —cual conclusión— es aceptar que probablemente, durante nuestros años de vida, nunca sea posible conocer de forma completa la razón última de todas las cosas. Así pues, la actitud particularmente helénica nos llevaría a concluir lo siguiente: ¿por qué la terca inclinación a pensar que es posible siempre tener los esquemas claros sobre todas las cosas que suceden? Pensar, dudar, reflexionar, criticar es lo que hacemos desde el minuto cero de nuestra vida y es lo que nos acompañará hasta la muerte. Y esa es la única certeza que tenemos. La búsqueda de la verdad termina el último día de la vida, y eso es lo que hace que nuestra mortal existencia sea digna de ser vivida en todo sentido.