Los mortales de a pie –es decir, prácticamente la totalidad de la población mundial– no tenemos mayores noticias de esto, de lo que en verdad se está cocinando. ¿Qué planes secretos tiene el Pentágono? ¿Qué estrategia de largo plazo tienen pensado los grandes capitanes de la economía global? ¿Qué acuerdos de cooperación militar hay entre Rusia y China? Si luego de la Segunda Guerra Mundial las potencias capitalistas decidieron no volverse a enfrentar entre sí (con la hegemonía militar absoluta de Washington que tomó a Europa Occidental como su rehén nuclear y lidera esa coalición obligada que es la OTAN), ¿por qué entonces la posibilidad de una guerra mundial, tal como ahora pareciera posible?
En realidad, cuando hoy se habla de «Tercera Guerra Mundial», se está haciendo alusión a la posibilidad de un conflicto entre Estados Unidos y sus dos verdaderos rivales: la República Popular China y la Federación Rusa, los únicos realmente en condiciones de hacerle frente en el plano militar. La OTAN es el brazo armado de Washington en territorio occidental fuera de América. Dicho sea de paso: Estados Unidos tiene 452 bases militares en el continente europeo, mientras que Europa no posee ni una sola instalación castrense en suelo estadounidense. ¿Quién manda?
Lo que está ocurriendo ahora en Ucrania es abiertamente una guerra por delegación; es decir: la OTAN, bajo el mando de Washington, está participando en forma explícita en apoyo a Kiev. Corrijamos: no en apoyo a Ucrania (¡qué les importan los miles de soldados ucranianos muertos ni la población de ese país!) sino en contra de Moscú. Esta guerra, que ahora está robando la atención de la corporación mediática mundial, es un intento de Estados Unidos por evitar un nuevo polo de poder global que le quite supremacía.
Lo que está ocurriendo ahora en Ucrania es abiertamente una guerra por delegación
Es, definitivamente, una guerra mundial. Guerra tremendamente perversa, porque queriendo hacer aparecer el conflicto como un enfrentamiento entre dos países, la Casa Blanca –el verdadero y único poder que maneja la situación por el lado de Occidente– está desarrollando su estrategia de intentar detener la aparición de nuevos poderes globales. Tan mundial es esta guerra que un presidente de un olvidado país centroamericano como Guatemala viajó a Kiev para dar su apoyo a Volodimir Zelensky, el mandatario ucraniano. Más allá de que esa medida puede haber sido solo un genuflexo intento de la actual administración de la nación centroamericana para congraciarse con el poder de Washington intentando evitar deportaciones y quitado de visas a sus corruptos funcionarios, el hecho muestra la «mundialidad» del asunto: ya estamos cursando una guerra mundial.
Ahora, en forma alarmante, se habla de una posible guerra mundial con armas atómicas. ¿Quién es el «malo de la película» en todo esto? Según desde donde lo miremos, puede ser a) Putin (el nuevo Hitler, un «psicópata sediento de sangre»; no olvidar que esa persona es el presidente de un país capitalista, ¡ya no es socialista!, un país tan capitalista como Estados Unidos, Inglaterra o Arabia Saudita) o b) la geopolítica de Washington. Lo cierto es que estamos ante una escalada sin precedentes desde 1945. Los mega-capitales occidentales tienen mucho que perder: si Moscú, junto con Pekín, se constituyen en los nuevos referentes planetarios, se termina el reinado de dólar y del «hombre blanco» eurocéntrico. ¿Llegaremos realmente al holocausto termonuclear disparando los más de 15.000 misiles con carga nuclear? (cada uno de ellos con una potencia destructiva 30 veces mayor a las bombas de Hiroshima y Nagasaki)
De darse un enfrentamiento entre los gigantes, definitivamente se usaría material nuclear. Queremos creer que ello no sucederá, pero no hay garantías. jugar con energía nuclear es jugar con fuego. ¡Y nos podemos quemar todos!