Miro a otras localidades y veo que es mucho más espontáneo –necesario, tal vez–, pareciera más fácil; pero la ciudad capital es una fea durmiente, que sigue empeñándose en tomar somníferos para esperar un príncipe en caballo blanco que la rescate, a veces por soñadora, otras (las más) porque es la opción más fácil. La organización es necesaria para cualquier cambio profundo, pero ¿existe organización sin liderazgo?
Diría que no. Ya viéndolo sin menos corazón, diría que por el momento seguimos siendo una sociedad que sigue buscando líderes, que sigue pensando que alguien tiene la respuesta a las interrogantes de todos, o que existe quien puede tomar decisiones por nosotros. Pensamos aún que hay quien puede y quien no puede hacer política en este país, cuando las decisiones son de todos. Dejamos mucho de lo importante en manos de estos liderazgos, que al final de cuentas tienen una concepción limitada de la organización, del interés común, de lo público, de la política y de la democracia.
Creo que acá nos arrebataron ese derecho, desarticulando movimientos durante la guerra, cooptando espacios mientras se firmaba la paz, dificultando todos los intentos de organización sindical, de partidos políticos con poco presupuesto que compiten con campañas multimillonarias, montando preceptos ideológicos que llaman a velar hasta dónde le lleguen los brazos extendidos y más allá ya no puedo hacer nada, desanimando, teniendo miedo. Y ante todo, desconfiando, con razón de los liderazgos personalistas. La estrategia ha funcionado tan bien, que el éxito mayor es una contradicción tremenda: esperamos que llegue el líder perfecto y desconfiamos de los que están, siempre pensamos que hay intereses detrás, eso nos deja inmovilizados. El ensuciar la política, corromper la política, es corromper a los líderes políticos y ensuciarlos, hasta que ya nadie crea en ellos.
Ante este panorama, sólo queda inventar otro tipo de liderazgos. Pienso –¿sueño?– con un liderazgo colectivo, uno que tenga un sentido nuevo de comunidad, que sepa que no hay organización que no tenga concepción de lo que significa una sociedad y de lo que es importante para ella. Pueden existir liderazgos colectivos en donde el monopolio de los intereses, de la dirección, de las responsabilidades, de la estrategia no sea sólo de uno, sino sea una construcción de muchos y muchas. Un liderazgo así necesita recobrar y reincorporar el sentido más propio del servicio que deja de lado las propias necesidades y se preocupa por la de los otros.
Los tiempos han cambiado y han roto paradigmas históricos de la organización, de hace 30, 40 años. Hoy toca reinventarlos, con paciencia. Para la capital guatemalteca, todavía centro de mucha de la política que se hace en este país, es casi imperativo que se preocupe por hacerlo. La fuerza de una ciudad capital organizada no ha existido aún, después de los Acuerdos de Paz. Ojalá que un liderazgo colectivo, más allá de las luchas electorales, se anime a levantar a la fea durmiente.
He sabido de iniciativas que han comenzado a proponer, desde espacios pequeños y lógicas diferentes, opciones diferentes a las hegemónicas. Ánimos y que su trabajo y compromiso nos ilumine a otros.