La montaña rusa

Lunes. Clac, clac, clac, clac… Suenan las cadenas al acoplarse con el engranaje del mecanismo, acumulando tensión, gravedad, energía; antes de la calma, cuando se está arriba, donde la ansiedad anticipa la experiencia del vacío, el jalón hacia la nada. Vibraciones resonando por doquier, medios conservadores chillando como cerdos heridos, la negación quemando los cables de las redes sociales; gasolina vaporizada chupando el oxígeno de la atmósfera; una avalancha de terabytes repitiendo ad eternum que nada pasó, que todo fue un mal sueño, una alucinación colectiva, un complot de guerrilleros.

Martes. Todos optimistas. Aunque en las semanas anteriores nos sentimos afligidos por los terribles testimonios de los sobrevivientes, los cobardes generales confrontan ahora algún tipo de justicia.  Y claro que no pueden deshacer lo que comandaron; no pueden traer a toda esa gente de regreso de la muerte, no pueden hacer que todo el dolor causado por su agencia sanguinaria desaparezca. Los cobardes son confrontados en un juicio por genocidio, por lo menos. Eso es lo mínimo para que inicie el fin de la impunidad. Tienen que responsabilizarse por sus actos. Y eso tiene que significar algo; tiene que tener algún valor; quiero creer en ello; me quiero aferrar a esa esperanza. Un día de emoción.

Miércoles. Un campo pagado por algunos de los signatarios de la paz y un grupo de burócratas empedernidos aparece en los principales periódicos. El comunicado dice fundamentalmente dos cosas. Primero: el juicio por genocidio arriesga la reemergencia de la violencia política y; segundo: el juicio por genocidio no representa el sentir de justicia que claman las víctimas. Nos enojamos; nos enojamos mucho. Fue como un acto de traición, una amenaza a la integridad de todos, otra escupida a la cara, arrogancia pura. ¿Qué saben que nosotros desconocemos? ¿Le dicen a los ixiles que si claman justicia se arriesgan a ser masivamente masacrados de nuevo? ¿Insinúan conocer mejor el propio sentir de las víctimas, de lo muertos, de las familias? ¿Que la mayoría del pueblo rechaza el juicio a los genocidas? Saben qué, ¡Jódanse! ¡Váyanse al carajo!

Jueves. Por requerimiento de la defensa de los generales, la jueza Flores —aparentemente a propósito— interpreta “equivocadamente” las decisiones de la Corte de Apelaciones, la  Corte Suprema y la Corte de Constitucionalidad. La jueza Flores ordena anular el juicio. No hay palabras. Reina un obscuro silencio. Horas más tarde, Claudia Paz y Paz declara en una conferencia de prensa que la decisión de la jueza Flores pervierte el curso de la justicia. Se iniciarán acciones legales en su contra. Algo de oxígeno, respiramos de nuevo.

Viernes. La jueza Barrios retoma el proceso indicando que no seguirá una orden ilegal y solicita a la Corte de Constitucionalidad que tome medidas sobre el destino del juicio. La sala estalla en aplausos. Más tarde, cientos de personas, la mayoría de ellas mujeres, caminan desde la Corte de Constitucionalidad hacia la Corte Suprema de Justicia. El futuro del juicio descansa ahora en el más alto cuerpo judicial del país. ¿Habrá otro golpe técnico? Todo está en suspenso por los próximos días y todavía no sabemos si el 2 de mayo podremos respirar de nuevo.

Como decía, en términos afectivos estos días Guatemala es como una montaña rusa.

 

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