A diferencia de lo suscitado con sus antecesores en el marco de la apertura democrática generada desde la década de los 80 del siglo pasado, quien llegue a la presidencia de la república en enero de 2020 lo hará después de haber tenido por lo menos medio año de inducción.
Y es que, con la obvia excepción de los períodos de Ramiro de León Carpio y de Alejandro Maldonado Aguirre, la tendencia previa fue que las elecciones generales se celebraran en el último cuatrimestre y que noviembre o diciembre fueran el escenario del infaltable balotaje.
En esa línea, quedaba muy limitado el lapso entre la acreditación del triunfo en las urnas y la toma de posesión constitucionalmente establecida para el 14 de enero, de forma que los equipos de la nueva gestión apenas contaron con días para dar sus pasos una vez declarados electos.
Gracias a las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos se modificó el calendario respectivo, y por eso ahora tuvimos la primera vuelta en junio y la segunda en agosto. Esa decisión permitirá que desde el 12 de este mes todo esté claro para quien dirigirá los destinos del país.
Sin embargo, el ejercicio de uno de los formalismos de la democracia no alcanza para ver con optimismo lo que vendrá en el resto de 2019, especialmente luego del 14 de enero del año venidero, pues el pasado y el presente nos condenan.
Una de las interrogantes se abre en torno de la conflictividad social, la misma por la que han transitado los diez gobernantes que se han sucedido entre 1986 y 2019 y la que encontrará, más profunda y aguda, quien jure el 14 a las 14.
Entender y atender la conflictividad debe ser entonces una de las prioridades para quien salga vencedor o vencedora del pulso del 11 de agosto.
Reclamos ancestrales vinculados a la tenencia de la tierra, disputas territoriales, enfoques contrarios sobre los servicios esenciales y su impacto ambiental, exigencias gremiales y dependencia del sistema de justicia, entre otros, son los temas que configuran una aritmética conflictiva cuya falta de respuesta eficaz por parte del Estado suma problemas, resta opciones, nos divide como sociedad y multiplica nuestras diferencias manteniéndonos en punto cero.
Precisamente, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) divulgó en 2016 el informe nacional de desarrollo humano titulado Más allá del conflicto, luchas por el bienestar, que en una de sus conclusiones señala: «Más que contener la conflictividad, debe ser entendida y atendida de manera integral para canalizarla como oportunidad de construcción de una democracia fuerte, base política del bienestar común».
Entender y atender la conflictividad debe ser entonces una de las prioridades para quien salga vencedor o vencedora del pulso del 11 de agosto, ya que es una huella transversal en la agenda nacional. Si el gobierno entrante se apoya en una visión estratégica, tendrá que dar papel protagónico a la instancia encargada de la materia redefiniéndola como brazo auxiliar clave en la gestión pública.
Hoy Guatemala tiene una administración presidencial víctima de sus inconsistencias y errores de cálculo, en tanto que quienes aspiran al relevo padecen las consecuencias de los yerros del Tribunal Supremo Electoral y las quejas derivadas de los resultados del 16 de junio, que en esencia determinaron un voto disperso.
La debilidad del gobierno que sale es lógica, y solo falta confiar en que dejará de complicar las cosas optando por comprender que mucho ayuda el que no estorba, mientras que el electo debe poner en práctica sus habilidades y olvidarse de la campaña para situarse en modo estadista para alimentar expectativas favorables.
Coherencia entre discurso y acción propiciará puentes efectivos de comunicación. Evaluar el mapa de conflictividad y enfocarse en él con voluntad política será fundamental, pues todo conflicto social es positivo cuando la solución permite la estabilidad del sistema y los actores consiguen fijar equilibrios de poder alterados por la intensidad del enfrentamiento.
Sin duda, quien asuma la dirección del Organismo Ejecutivo en enero se moverá sobre terrenos minados, para lo cual debe esmerarse en afrontar la realidad sabiendo desde ya si buscará librarlos o pisarlos.