La CC y Consuelo Porras, estandartes de nuestra degradación moral

Nos hemos vuelto una sociedad alcahueta de tramposos, ladrones y corruptos, normalizando el abuso y el fraude.

Debe ser motivo de indignación que la actual Corte de Constitucionalidad (CC) haya intervenido para confirmar que importa menos que un bledo que Consuelo Porras haya plagiado su tesis doctoral, y con ello, haya sido incluída en la nómina de candidatos para la jefatura del Ministerio Público y la fiscalía general. Más público y escandaloso no pudo haber sido, y aun así, allí figura Porras, flamante y satisfecha protectora de los tramposos, los ladrones y los corruptos.

¿Cómo puede reprender ahora un educador responsable a un estudiante que copia en un examen? ¿Qué clase de ejemplo estamos dando a la niñez y a la juventud? ¿Que el que copia y comete fraude académico puede perfectamente salirse con la suya, impune? Deben dar asco las iglesias y los líderes religiosos que, en vez de ser verdaderos guías morales y de bien, se han movilizado para apoyar a Consuelo Porras, quizá el peor el señor John C. Maxwell, invitado por la Cámara de Industria de Guatemala para adular a Porras, llamándola «estrella de rock».

Y si fuera el caso, con semejante ejemplo en la elección de la máxima autoridad del Ministerio Público, ¿qué esperanza habría al denunciar un fraude académico?

Como asco dan las autoridades de las universidades guatemaltecas que no han levantado la voz protestando por un caso descarado y muy grave de fraude académico. Si esto pasa en algo tan escandaloso y público, ¿qué estará ocurriendo en las aulas? Da pánico y angustia pensarlo, ¿«curso pagado, curso aprobado» quizá? Y si fuera el caso, con semejante ejemplo en la elección de la máxima autoridad del Ministerio Público, ¿qué esperanza habría al denunciar un fraude académico?

Debe dimensionarse correctamente el daño moral que está causando Consuelo Porras. Esto porque Porras es una de las principales perpetradoras del encarcelamiento injusto de Virginia Laparra, otro escándalo con consecuencias desastrosas. ¿Quién puede sentirse motivado a ser honesto y responsable, si quienes son honestos en administrar justicia son encarcelados? ¿En qué clase de sociedad nos hemos convertido, premiando a la tramposa y corrupta de Porras y castigando de una manera inhumana a Laparra, una fiscal conocida por su honestidad demostrada? Con semejante y vergonzoso ejemplo, ¿cómo estará la moral entre las y los trabajadores del Ministerio Público y en el resto de instituciones del sistema de administración de justicia y del sector público? Con este ejemplo, ¿podemos exigir honestidad y honestidad a los servidores públicos?

¿Quién puede sentirse motivado a ser honesto y responsable, si quienes son honestos en administrar justicia son encarcelados?

Con ejemplos como el de la jueza Erika Aifán, quien tuvo que irse de Guatemala por hacer lo correcto, pero que ahora es reconocida y valorada en Estados Unidos, como distinguida visitante asociada de la entidad Robert F. Kennedy Human Rights, ¿cómo esperar que nuestra niñez y adolescencia no esté convencida de que, para tener una vida digna y mejor de la que tienen ahora, su única opción es largarse a Estados Unidos como migrantes, aunque tengan que arriesgar la vida? Con la situación actual, ¿quién los convence de quedarse y luchar por Guatemala? Se nos olvida que los hechos pesan más que las palabras.

Que la gran mayoría esté abrumada con las dificultades cotidianas, con los retos del día a día, conseguir trabajo y poner comida en la mesa familiar, y que por ello no tienen tiempo ni interés por los asuntos públicos, es una explicación importante y por supuesto, entendible. Pero de ninguna manera debe ser una justificación para la degradación moral y social que estamos sufriendo.

Estamos arruinando nuestro presente y, quizá aún más preocupante, nuestro futuro. A nuestra niñez y adolescencia les estamos dejando un futuro peor. Urge que entendamos que una rabieta en redes sociales no es suficiente, y que toca actuar. De verdad.

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