El libro de Collins es la precuela de la conocida serie Los Juegos del Hambre. La acción ocurre durante la celebración de los Décimos Juegos del Hambre, desde la perspectiva de Coriolanus Snow.
En un futuro distópico se produce una guerra entre el Capitolio y los distritos debido a una rebelión de los segundos. La guerra provocó un enorme sufrimiento y dejó profundos traumas. Las huellas de la destrucción son evidentes en la sociedad y en las personas.
Calles y edificios siguen derruidos, continúan las privaciones y el nivel de vida no se ha recuperado. Las personas recuerdan y padecen el hambre, el miedo, las pérdidas y las atrocidades. Pero el Capitolio ganó la guerra y, como vencedor, puede imponer sus duras condiciones como pagos por los daños ocurridos. Esto es muy típico de la historia humana. Basta ver, por ejemplo, lo que hicieron los ganadores de la Primera Guerra Mundial. Pero también las prácticas sociales genocidas son una forma de disciplinar a la población y de hacerla pagar por el cuestionamiento al orden vigente y por la rebelión, como ocurrió en la guerra guatemalteca.
El añadido de la novela son los punitivos y humillantes Juegos del Hambre, coliseo romano en el que, para mayor escarnio, los participantes son niños y niñas de los distritos. Pero ¿cuál es la lógica de estos juegos? ¿Por qué su necesidad? La respuesta que ofrece la novela es que la guerra no terminó. La guerra es permanente, siempre existe, aunque no sea apreciable. Los seres humanos somos violentos y si no lo somos es porque no hemos tenido oportunidad de serlo. Es la visión de Hobbes, explícita desde uno de los epígrafes, sobre el estado de guerra permanente y la necesidad de un leviatán, es decir, del Estado. En la novela se encarna como un control permanente posibilitado por diversas medidas, incluidos los juegos.
La lógica es compartida: somos violentos y la amenaza al orden es permanente, por lo que el control y la represión deben ser permanentes.
¿Es pura ficción? No, no lo es. Representa el origen de los Estados a partir de una violencia fundante. Pero también es la lógica de la guerra contra el terrorismo. Evidentemente, en un caso se trata de una novela y en el otro de una condición geopolítica. Pero la lógica es compartida: somos violentos y la amenaza al orden es permanente, por lo que el control y la represión deben ser permanentes. La civilización es una capa frágil y quebradiza que desaparece apenas se deja de vigilar. El caos acecha.
«Y la ley debía acatarse, para lo cual se necesitaba un control. Sin control que impusiera el compromiso, reinaría el caos. El poder que poseyera ese control tendría que ser superior al del pueblo. De lo contrario, solo encontraría oposición. Y la única entidad con medios para conseguirlo era el Capitolio» [1].
Esta es la perspectiva representada por personajes clave, pero se encuentra todavía con oposición dentro del mismo Capitolio. Con agudeza sociológica, la autora muestra una evolución de las ideas, prácticas e instituciones. Al estar tan cerca de su nacimiento, los mecanismos de poder todavía no terminan de legitimarse y son claramente visibles (por tanto, cuestionables). No se han naturalizado del todo. El contrato social sobre el que se basa la sociedad deja ver en forma cruda las huellas del poder y la violencia, que posteriormente se vuelven más eficaces al ser estetizadas como espectáculo.
Los mismos juegos, que aparecen como una institución más evolucionada en los primeros libros, se presentan en un proceso de construcción y aprendizaje. Su origen es historia viva, y no un mito. La construcción de una otredad negativa respecto a los habitantes de los distritos se presenta mucho más cruda y explícita.
Además de una trama llena de acción y de giros inesperados, Balada de pájaros cantores y serpientes ofrece una oportunidad para una reflexión sobre el poder y la política que resulta muy actual.