Es un grupo numeroso y diverso. Como distintivo, en pocos escenarios coincidimos. Para bien llevarnos cumplimos a cabalidad ciertos principios que reseñaré a continuación:
- Toda opinión se respeta. Nadie es más que los otros, si bien habrá algunos de nosotros con menos estudios y menos capacidad económica que otros.
- El valor de cada quien estriba en ser persona.
- Todos tenemos derecho a ser escuchados.
- Aceptamos las razones lógicas de cada uno (aunque no sean de nuestro gusto) siempre y cuando tengan un fundamento lógico.
- Estamos muy claros en que por temas políticos no perderemos nuestra amistad.
Así las cosas, creemos que en Guatemala y en América Central, de haberse ponderado esta clase de diálogo, jamás se habría llegado a la polarización sociopolítica que estamos viviendo, sin recordar que estamos en la segunda década del siglo XXI.
Este artículo lo escribí la mañana del sábado recién pasado, el día en que se celebra nuestra independencia, que, aunque a mi juicio no lo fue para el pueblo pobre y subyugado, sí congrega a la población actual en un hermanamiento de fiesta que ayuda, cuando menos, a entretejer nuestra historia contemporánea. Y junto con algunos acordes de bandas marciales vinieron a mis recuerdos fragmentos de la Homilía de Fuego de monseñor Óscar Arnulfo Romero (el obispo mártir de El Salvador), próximamente San Romero de América. El 23 de marzo de 1980, ante los abusos de las fuerzas de seguridad de su país (en contra de sus mismos hermanos), les advirtió:
«Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos.
»Y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios, que dice: “No matar”.
»Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. ¡En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión!».
A Monseñor Romero lo mataron el día siguiente.
Fue indignante la manera en que las fuerzas de seguridad de Guatemala abusaron de la población más humilde y sencilla el día 14 de septiembre, en horas de la tarde, en el centro de la zona 1 capitalina.
¿Por qué la remembranza? Simple y llanamente porque fue indignante la manera en que las fuerzas de seguridad de Guatemala abusaron de la población más humilde y sencilla el día 14 de septiembre, en horas de la tarde, en el centro de la zona 1 capitalina. Y fue tanta la consecuencia (pésima a ojos nacionales e internacionales) que el Ministerio Público tuvo que abrir (según se notició en las redes sociales) expedientes por limitar el acceso al área y por la prohibición de la libre emisión del pensamiento.
También recordé que no es algo nuevo este terrible entramado que hoy observamos. El 29 de octubre de 2016 escribí en este medio un artículo titulado Un llamado a la unidad. Se trata de una advertencia acerca de un pacto de impunidad que se estaría fraguando para entonces en el Congreso de la República. Y a ojos de los acontecimientos actuales, pareciera que ese pacto está en proceso de concreción. Una de las partes torales del artículo dice:
«Don Pedro Casaldáliga, citando fragmentos de una carta del obispo Antonio de Valdivieso (1544) en el prólogo de un documento llamado Antonio de Valdivieso, un obispo dominico en la Nicaragua del siglo XVI, protomártir de América, dice de quienes tenemos montados en los poderes del Estado y muchas veces en nuestras espaldas desde hace 500 años: “Se saben inmunes. Los ricos y los poderosos en pocas penas se ven caer, porque pocas cosas veo ejecutar ni guardar contra ellos. Y se vuelven, ayer como hoy, contra aquellos que incomodan su iniquidad y su impunidad. Todos ellos, muy cristianos […], alimentan el mismo odio cuando se sienten vulnerados en sus intereses, de antes y ahora, usufructuarios de títulos reales concedidos por el imperio español o de etiquetas democráticas”».
Reitero (no es algo nuevo) que estos horrendos pactos vienen desde el siglo XVI. Y contrastando esas tramas con los cinco principios que rigen nuestros diálogos en mi grupo de amigos de la adolescencia, pareciera que estamos ante David y Goliat. Pero seguro estoy de que es el tipo de entendimiento que necesitamos.