El Sueño Americano

Estoy haciendo unas costillas de puerco a la parrilla, tomando cerveza, en el porche de mi casa, junto con un amigo que vino a visitarme.

Habíamos pasado todo el día de shopping luego de un fin de semana de road trip por las vastas llanuras del alto desierto.

En eso, una de las costillas deja caer una gruesa gota de grasa sobre las ascuas y se enciende en una llamarada que ilumina el pequeño patio de mi casa.

“This is the american dream”, me dice mi amigo. Lo dice con sorna pero con un poco de gusto también. Ese gusto de quienes experimentan cómo es la vida de alguien más, una vida distinta, pero sabiendo todo el tiempo que es una experiencia transitoria.

Y supongo que para quienes ven este país de fuera, eso, precisamente eso, es la viva imagen del sueño americano. Viajar en carro a través los vastos espacios abiertos, comprar saldos en gigantescos outlets y comer enormes cantidades de proteína asada a las brasas.

Y seguramente lo es. Pero también es otras cosas y la esencia de este país es algo que no termina de dejarse asir. Estados Unidos no es un país que está siendo, es más bien una nación convirtiéndose.

Tratando de averiguar por quién vota la gente, salí a los centros de votación de El Paso. Y pareciera ser que no hay términos medios en este país. O te mandan a la mierda de entrada o resulta un verdadero esfuerzo interrumpirles mientras te cuentan su vida para decirles que ya tienes lo que necesitabas y que tienes que ir a entrevistar a alguien más.

Estoy en una población al este de El Paso, un área desincorporada, como le llaman aquí a las poblaciones que están fuera de los límites de las ciudades y los pueblos. Se nota que hace 10 años esto era aún una colección de casas rodantes, muchas de ellas sin agua ni electricidad.

Acá, al parecer todos votan demócrata, salvo dos. Digo, de todos los que hablé, todos menos estos dos tenían serias dudas, desconfianza y desprecio por el candidato republicano.

La gente me habla de cosas concretas, como la salud de la abuelita o la reforma migratoria. Una chica de 18 años  que recién acaba de comenzar la universidad es toda sonrisas y no para de retorcerse en esa forma que lo hacen los adolescentes al hablar de un tema que no dominan totalmente. “Yo voté por él porque, no sé, me dio un sentimiento visceral de que Romney me iba a quitar mi ayuda de estudiante.” No lo sabía por cierto, no podía recordar que alguien hubiera prometido que si ganaba Romney le iban a quitar los 2,500 dólares al semestre que recibe para estudiar sociología en la universidad local. Sin embargo, ella estaba convencida que el presidente le garantizaría que ese dinero no se irá a ninguna parte.

Y así decenas de personas, cada quién tenía su sentimiento visceral sobre por qué el candidato demócrata era la mejor opción. Dos me dijeron que no.

Uno, un pastor de una iglesia local, dijo que la mejor opción era Romney porque estaba más cercano a él en su desacuerdo con las lesbianas, los homosexuales y el aborto.

El otro, un empresario –que me dio la impresión  deque alguna vez tuvo una empresa cuyo servicio era llevar ejecutivos gringos a donde las putas en Juárez– me habló de la necesidad de dejar que los eslabones más débiles se ahoguen, de que no haya nada gratis (no recuerdo si habló de almuerzos gratis) y de cómo el país se hundiría en un caos anárquico estilo Europa si el presidente continúa.

Y, viendo cómo se dio la campaña y cómo resultó la elección, escuchando a la gente me queda la impresión que Estados Unidos ya no es lo que era.

El candidato republicano apostó por atraer la simpatía de los votantes que parecen sacados de las pinturas más famosas de Norman Rockwell.  Los hombres blancos cristianos, la quintaesencia de ese Sueño Americano de espacios abiertos y costillas en barbacoa.

Y de alguna forma apostó por la radicalidad, por el discurso crispado y por ser más duro que nadie. Quizá solo Clint Eastwood y Chuck Norris serían más duros que él. Pero ellos ya estaban en el barco republicano anunciando los 1000 años de oscuridad si ganaba Obama.

Apostó por hacer las cosas tan difíciles para los indocumentados que terminarían autodeportándose y se declaró incapaz de acercarse a esa mitad de la población que recibe algún tipo de ayuda del gobierno. Abogó por una propuesta en la que los homosexuales, el aborto y la anticoncepción tienen poca o ninguna cabida.

La apuesta no resultó y el presidente ganó cuatro años más de mandato.

Hoy, visto después que todo pasó, da la impresión de que el país alcanzó un punto de inflexión en que la mayoría es otra, es más variada y habla distintos idiomas y es más bien un conjunto de minorías.

El Sueño Americano sigue transitando por las parrillas, el consumo y la libertad de viajar en carros que gastan gasolina. Pero pareciera que hoy ese sueño es un poco más multicolor.

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