Los procesos electorales deberían ser toda una fiesta cívica, debido a que teóricamente, son una competición en donde los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir a quienes consideran más capaces y virtuosos. La evidencia empírica parece demostrar todo lo contrario: lejos de ser fiestas cívicas, se convierten en verdaderas campañas para desprestigiar y atacar a los contrincantes, por lo que, en vez de convertirse en tribunas para debatir los asuntos más relevantes del país, se convierten en instrumentos para provocar el odio, aumentar las diferencias entre los diversos grupos de la sociedad y fomentar la división de todos contra todos.
En Guatemala, el proceso electoral empieza formalmente en unos pocos días, y a la fecha, más de veinte partidos políticos y binomios presidenciales se aprestan a competir en el proceso, por lo que no tardan en empezar a circular las promesas de campaña, las canciones y los eslóganes que están diseñados para captar la atención y la fidelidad de los votantes: quién encuentre más rápido la promesa que atraiga al mayor número de ciudadanos, mejor posición ocupará en el listado de candidatos y candidatas.
Por supuesto, la guerra de encuestas también empezará a circular, con la consecuente discusión sobre la validez y confiabilidad de tales instrumentos de medición. La verdad, ninguna encuesta está exenta de problemas y la verdadera encuesta es la que se realiza el día de las elecciones.
Sorprendentemente, en los procesos electorales guatemaltecos es frecuente que los actores políticos se reciclen: funcionarios cuestionados del presidente Morales y funcionarios mediocres de la actual administración, así como muchos otros políticos reciclados, apuestan por la mala memoria de la ciudadanía para buscar nuevamente estar en la arena política. La única que tienen potestad de poner a esta gente en su lugar es la ciudadanía: buscar conocer a los posibles candidatos que le parecen y encontrar forma de reflexionar sobre la trayectoria y los ofrecimientos de los políticos por los que piensa votar, es un ejercicio fundamental para recuperar la credibilidad y la legitimidad de los procesos electorales.
Lamentablemente, la ciudadanía guatemalteca no está entrenada en el arte de evaluar y reflexionar sobre los candidatos
Lamentablemente, la ciudadanía guatemalteca no está entrenada en el arte de evaluar y reflexionar sobre los candidatos, por lo que frecuentemente se deja convencer por razones equivocadas: promesas vacías de contenido, ofrecimiento de bienes o servicios a cambio de voto, o simplemente, la movilización de lealtades fuertes que apuestan por las estructuras territoriales para movilizar votos a favor de determinados candidatos.
Indudablemente, la calidad de la democracia depende de la calidad de los ciudadanos y, en Guatemala, tenemos todavía un largo camino que recorrer para educar a la ciudadanía para que reflexione su voto, y elija a los que le parecen los mejores. Votar por las razones equivocadas nos ha llevado en el pasado a tener autoridades reacias al cambio, preocupadas únicamente por aumentar sus prebendas y privilegios, tal como han hecho todos los presidentes hasta la fecha, incluidos el actual mandatario, Alejandro Giammattei.
Esperemos que en las elecciones 2,023, recordemos a todos aquellos que pretenden continuar con la práctica de expoliar las finanzas del Estado para favorecer proyectos e intereses particulares; ojalá que logremos elegir funcionarios a quienes realmente les preocupe el bienestar del país.
El destino de Guatemala está en las manos de quienes ejerzan su voto en las elecciones 2023.