¡El pequeño ya escoge!

Debemos aceptar desde un inicio que muchos de estos cambios en los esquemas dominantes son impulsados por las fuerzas mercantilistas de una sociedad orientada y definida por el modelo del consumo. La falta de correlación entre estas fuerzas impulsivas y las fuerzas responsables genera en el mediano plazo una incongruencia social interna que dará lugar a un colapso de las estructuras menos fuertes.

A manera de ilustración, deseamos criticar la práctica creciente en el seno de las familias que conceden libertades cada vez mayores a los niños, bajo la particular creencia que esto es positivo para su formación. Ante un futuro paulatinamente más cargado de diversidad e incertidumbre, se piensa que resulta constructivo proporcionarles fuertes dosis de decisión. Sin embargo, un análisis no tan ligero evidencia que tal supuesto está erróneamente fundamentado.

Desde la más temprana edad, se está estimulando en los infantes el ejercicio del derecho a la elección, otorgándoles libertad para que opten por aquello que más les agrada. Dejamos que el niño determine y decida qué es lo que desea comer y cómo quiere vestir. La imposición y firmeza ante sus gustos y disgustos está mal vista.

Antes de los dos años, el chico goza de un desayuno a la carta: no gusta del huevo estrellado, no come cualquier salchicha, y no quiere ni ver esos innombrables alimentos que ha dispuesto no probar (vg. el tomate, el güisquil); sin embargo, él ya tiene claro cuáles son sus golosinas predilectas. De alguna manera, los padres favorecen este nuevo paradigma y se realizan a través del mismo, enteramente al margen de condiciones sociales o económicas.

Desde su primer año de vida, el niño entrará en contacto con el mundo comercial, por medio de la TV, y se le estimulará a que exprese su variedad de preferencias. No habla aún, ni siquiera dice “mamá”, pero ya reconoce los símbolos esos donde la familia es muy feliz. La doma comercial del mundo icónico consumista ha iniciado. Permitimos que el bombardeo publicitario se apodere del pequeño, y que domine sus pulsiones y emociones más fundamentales.

Y esta caricatura de la tiranía de la decisión de los infantes podría hacerse increíblemente extensa. Inunda todo espacio posible. El pediatra recomendará el nuevo producto que con gran interés aquella empresa farmacéutica está impulsando. El pequeño ya no sufrirá con el desagradable sabor de la antigua medicina; la verdad, deseará estar enfermo para disfrutar de tan sabroso medicamento.

Los problemas vendrán después. No nos enteramos que le hemos “deformado” de manera irreversible, enseñándole que el mundo puede y debe ser adaptado a sus preferencias. No importan ni costos ni perjuicios a terceros. Es simple: se trata de yo, de mis gustos y de mis “necesidades”. ¿Dónde quedó el principio de realidad?… aquel que me equilibra y me impide tragarme al mundo sin límite alguno. De repente, no es extraño que veamos a un chico que no desea ya ser corregido por sus padres,… los demanda… ¡quiere divorciarse de ellos! O quizá no está de acuerdo con su sexo biológico u otro aspecto de sí mismo, y desea cambiarlo.

Persiguiendo estimular su individualidad, le hemos estado programando para seguir el rebaño… ese mismo que la publicidad le describe. Así, programado para el consumo de cuanto se le indique, terminará esclavo de fuerzas que nunca podrá controlar. Si queremos construir una educación para la libertad, cuya contraparte es el conocimiento y la responsabilidad, tendremos que reconsiderar muy seriamente el ejercicio temprano de este derecho, el cual sólo puede promoverse como un proceso gradual, que deberá iniciarse nunca antes de la primera adolescencia.

* Inicialmente matemático, realiza estudios diversos a nivel de postgrado en las áreas de Currículo, Investigación Social, Filosofía, Psicología, Física, Seguridad Industrial, Medio ambiente, Calidad y Economía de los Recursos Naturales. Actualmente se desempeña como consultor independiente de Modelos Matemáticos para la Epidemiología Analítica y la Educación.

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