Parece que una vez más, perdimos una oportunidad de oro para hacer del 21 de diciembre una fecha significativa para avanzar como país hacia las decisiones que hacen falta para salir del barranco en que estamos estancados hace mucho tiempo.
Ahora, a unas semanas del acontecimiento, cuando ya el flujo de noticias empieza lentamente a apuntar a que viviremos un 2013 bastante agitado políticamente, mi mente sigue buscando las claves para tratar de entender, por enésima vez, la razón de que vivamos en medio de tanto conflicto y miseria, cuando tenemos todo para ser un país próspero y estable. Como sociedad, ¡padecemos una rara manía para buscar y alentar el fracaso que me sigue sorprendiendo!
Encontré algunas pistas para responder la interrogante en mi último viaje de descanso antes de empezar las labores cotidianas; en medio de las apacibles y espectaculares aguas del Lago de Atitlán, rodeado de los imponentes volcanes y de una vista digna de admirar, la persistencia de la pobreza y la falta de servicios turísticos de primer nivel me siguen sorprendiendo, máxime si consideramos que el lago es considerado como un de “Los 100 lugares más bellos del planeta” (Carmen Fernández, Editorial Libsa).
Un recorrido por las aguas del lago fue me permitió tener las primeras pistas: las lanchas que prestan el servicio de una orilla a la otra son escasas y pequeñas, cuentan con pocas medidas de seguridad y son rudimentarias. “Un turista de primera categoría no se subiría a estas lanchas”, pensé, especialmente porque siempre que hago ese recorrido, tengo la desagradable sensación que no hay tarifas vigentes, y que arbitrariamente los dueños cobran lo que les viene en gana, dependiendo del aspecto de cada pasajero.
Una segunda pista la obtuve al bajar en uno de los pintorescos, pero mal diseñados pueblos alrededor del lago: calles polvorientas y estrechas rodeadas de construcciones precarias y mal diseñadas, llenas del tipo de turistas que no consumen mucho (los mochileros), desaprovechando por completo el gran potencial turístico que tiene la zona.
Por supuesto que hay hoteles de primera en la zona, pero la infraestructura de servicios, el clima de inseguridad y las pésimas condiciones de las vías de acceso (tanto de las carreteras como las lanchas que cruzan el lago), impiden que se explote el potencial comercial y turístico que el Lago de Atitlán podría tener. Eso sí, las orillas de lago están llenas de casas y muelles privados que seguro brindan muchos buenos momentos a sus dueños, pero en general, la zona completa es un digno ejemplo de la falta de visión de los guatemaltecos.
Recuerdo, igual, las brillantes páginas de uno de los libros clásicos de la literatura nacional que me fascinó en mi juventud: “El mundo del misterio verde”, del gran Virgilio Rodríguez Macal. ¿Qué sentiría su autor si volviera a la vida para visitar el Petén de hoy? Seguro se volvería a morir de la pura tristeza.
En el inicio de un nuevo ciclo, tengo la fe puesta en que un relevo generacional de políticos y ciudadanos puedan alcanzar el sueño imposible, la grandeza de Guatemala, plasmado brillantemente en la letra de nuestro Himno Nacional:
“Ojala que remonte su vuelo
más que el cóndor y el águila real
y en sus alas levante hasta el cielo
Guatemala, tu nombre inmortal”