De la honestidad y el techo

“Legítimo no es necesariamente legal”, me decía mientras miraba al techo. Miraba al techo y hablaba de los muros, de los muros porque le pregunté cómo hacía para dormir todos los días trabajando tan cerca de la realidad brutal de este país, “es como un muro, cada uno pone su ladrillo y yo me concentro en mi ladrillo” me decía mientras miraba al techo. Yo también miraba al techo y pensaba qué habría detrás de ese muro si se llegaba a construir algún día, y si nosotros estábamos afuera o adentro, y si se podrían pintar las paredes del muro o sería así de ladrillo nomás. “A mi viejo lo torturaron durante la guerra y yo he visto varias veces su cicatrices”, me decía volviendo a verme levemente pero también como si yo fuera el techo. “Y pienso para qué esas cicatrices” silencio y techo “y pienso en que la izquierda fue incapaz de levantar un proyecto político” silencio, techo y rabia “y nunca les voy a perdonar que no hayan dejado ni siquiera una pinche piedra entera”. Y entonces recordé a los chicos de la normal lanzando piedra a unos antimotines y recordé una conversación en la que dijimos que aquellos chicos eran la prueba irrefutable de que todavía había esperanza en este país. Y entonces los dos mirábamos al techo como si fumáramos un cigarro pero eso era ya demasiado dramático para una escena que en realidad era el encuentro de dos viejos amigos que solo querían ponerse al día.

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