Durante décadas, el nombre de la nación más grande del mundo se ha asociado con el comunismo, de manera muy particular por quienes usan ese fantasma para asustar con el petate del muerto. Todo aquello que no convenga a sus intereses se califica de comunismo, izquierdismo, socialismo y todos los ismos posibles con tal de no pagar impuestos, salarios justos y todo aquello que en ley corresponda, y en el peor de los casos para obtener una palmadita de parte de sus patrones (sean estos sus jefes en el orden laboral o personas de una supuesta trascendencia social con quienes quieren equipararse).
Se colige entonces que el gentilicio ruso es sinónimo de izquierdismo, cuando no de comunismo (en Guatemala).
Ah, pero a nadie medianamente instruido se le escapa que la corriente económica de Rusia es el capitalismo y que este incluso podría considerarse una versión de capitalismo mucho más voraz que el de otros países de primer mundo. Y solo en Guatemala sigue repiqueteando el sonsonete del comunismo para camuflar torería y media so pretexto de hacerle frente a un intento de fantasma que dejó de serlo con la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Hace unas dos décadas, el extremo era tal que una persona —compañero mío de estudios en la universidad— me aconsejó borrar el himno de Rusia de un álbum musical que yo tenía en mi haber. «Por tu seguridad y por tu salud mental», me dijo.
En aquella ocasión yo le conté de cinco himnos que por su letra o por su empalme musical me llamaban a su análisis: el de Guatemala, la Marsellesa (himno de Francia), la Marcha Pontificia (himno del Vaticano), el de Honduras y el de Rusia. Mas nada lo hizo entrar en razón. Ni porque le expliqué que esa versión (la que oímos durante el viaje) solo contenía descripciones de la extensión de aquel país, de sus recursos, de sus futuras generaciones, y que nada mencionaba de políticas anteriores al año 2000. Pero no me quiso entender. Pocos años después mi compañero me contó que había crecido bajo la influencia de un abuelo suyo que a fuerza de amedrentamientos le había metido —hasta por los poros— ideas equivocadas acerca de los rusos. De ese tipo de razones nada sabía yo.
Solo en Guatemala sigue repiqueteando el sonsonete del comunismo para camuflar torería y media so pretexto de hacerle frente a un intento de fantasma que dejó de serlo con la disolución de la Unión Soviética.
A raíz de la confesión de mi amigo, el viaje de marras me dejó una lección cinco años después de realizado: buscar siempre razones hasta de las situaciones más bizarras que se encuentren en la vida.
Y en la búsqueda de razones (incluso de sinrazones) me retrotraje a aquel momento cuando, con mi curiosidad disparada hasta el tope, me pregunté acerca de las vacunas rusas: ¿por qué buscarlas a unos 11,000 kilómetros de distancia (Moscú) cuando había posibilidades de consecución en varias ciudades de Estados Unidos de América, que distan no más de 2,700 kilómetros de Guatemala y amén de que negociar con rusos, según entendidos en negocios internacionales, implica prepararse para una dura cruzada?
Respuestas no he tenido. No aún. Pero sí me ha llamado a risa ver a ultraderechistas corriendo angustiados detrás de unos rusos que, por serlo, son izquierdistas en el imaginario del político promedio guatemalteco. ¿Razones para correr? Ninguna sé por el momento, pero algo es obvio: la angustia superlativa de los funcionarios guatemaltecos que se metieron a negociar con empresarios rusos. Se nota que están sufriendo.
Mi amigo, el que me sugirió borrar el himno de Rusia de mi colección hace 20 años, se pregunta ahora (ya con más madurez) si la causa de esa angustia tiene relación con algo que haya salido mal en las negociaciones. Yo le he respondido: «Cuando entre políticos y rusos te veas (en Guatemala), espera de todo».
Más temprano que tarde, la verdad saldrá a luz.