Condado Downtown

Hasta ahí, un chascarrillo inocente. O no tanto.

La idea, más que conseguir de veras un cambio de nombre para el centro histórico, más que darle un toque fashion al Paseo de la Sexta y áreas aledañas, era llamar la atención sobre cómo suena eso de anteponerle el prefijo “Condado” a un área física. Se me vienen a la mente dos en particular, uno en Carretera a El Salvador («Carretera», para quienes manejan la jerga) y otro en Mixco.

Era invitar a que la gente reflexione sobre la connotación que tiene eso de llamar a un área geográfica como se denominan las subdivisiones políticas estadounidenses. Un poco sobre esa fascinación que tienen los guatemaltecos con todas las cosas de Estados Unidos y los parajes nevados.

Era también la gana de joder a una amiga que vive en el Centro Histórico y que se siente muy orgullosa de no vivir en “Carretera” y una reflexión sobre quienes insisten en ponerle nombres en inglés a las cosas.

Pero Guatemala es un lugar demasiado literal. No hay lugar para las segundas lecturas, para el doble sentido, si hasta los chistes en doble sentido son crasos. Como cuando Velorio contaba el del bolito que “se echa una fría”.

Debe de ser que en una sociedad en la que es necesario manejar tantos códigos de comunicación para entenderse con las decenas de clases o castas sociales, no hay oportunidad de lanzar un mensaje que se pueda entender de más de una manera. Porque, eso, que se entienda de otra manera, puede entenderse como una agresión hacia arriba o hacia abajo en los estamentos sociales.

Esa necesidad de usar el lenguaje para representar lo que es y únicamente lo que es, no permite ambigüedades, bromas, dobles sentidos, menos aún discursos delirantes.

Puede que sea un resabio de la época en que Guatemala fue Capitanía General, capital de las provincias centroamericanas o que, en esa competencia entre diminutos, existe la conciencia de ser la ciudad más importante del istmo. Porque al ser la capital esa cabeza de ratón, los guatemaltecos, los capitalinos sobre todo, se toman a sí mismos muy en serio y proceden con pompa y circunstancia hasta en el más nímio de sus actos.

Y, entonces bromear resulta peligroso. Porque por un lado, llevar una idea hasta la exageración y el ridículo subvierte el orden establecido y permite que haya un juego “de mentiras” entre clases sociales o compartimentos ideológicos que, partiendo de la idea que es “una broma, un juego de mentiras” aceptan la discusión de un tema que no sería posible abordar de otra forma. Y, válgame Dios, qué tragedia sobrevendría si los chapines se enfrascaran en el diálogo.

Lo único que me extrañó fue, pese a que me tomé el trabajo de no invitar a firmar la petición a gente que supuse no podría tomar una broma, la idea agarró destanteados a muchos otros. Intelectuales, artistas y gente que yo pensé que tendría más onda.

Desde la incredulidad genuina hasta la desaprobación, las emociones cabalgaron desatadas. De haber sabido que la idea, intrascendente desde su concepción, de llamar Condado Downtown al centro iba a requerir manual de instrucciones para entenderse, mejor me la hubiera quedado. Porque un chiste que hay que explicarlo requiere morir. U otro público.

Debo decir que quienes mejor me conocen la agarraron al vuelo. Incluso uno me sugirió que si no colaba Condado Downtown, Tacita de Plata Vintage podría funcionar. Para ellos un abrazo.

Para los demás, Lex-o-tan. (Es broma, conste.)

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