En 1957, el alcalde de Nebaj así describía la situación socioeconómica vivida por la población del área: “… la mayor parte de los indígenas de este municipio tiene necesidad de ir a la costa en busca de trabajo para poder satisfacer sus necesidades básicas, debido a la escasez de artículos de primera necesidad, principalmente maíz. Sus tierras, por el tiempo que las cultivan, no satisfacen sus necesidades; es decir, además de ser insuficientes cuantitativamente, las tierras no son productivas y el aumento de población ha sido bastante grande. El resultado ha sido que muchos de los indígenas no tienen ni disponen de parcelas de terreno para su cultivo, y de ahí que se ven en la necesidad de emigrar a la costa en busca de medios más amplios de subsistencia, lo cual hacen con frecuencia de modo permanente”[1].
Juan tiene 30 años y reside en una aldea, a diez minutos en microbús de Nebaj. Con su esposa Juana y sus tres hijos de 11, 9 y 3 años viven en una humilde casa de madera y lámina, sin luz eléctrica, que poco a poco andan arreglando. Desde cuando era un niño, huérfano, tuvo que buscar oportunidades de empleo para construirse una vida y “seguir adelante”.
Cultiva maíz en un campo arrendado de 10 cuerdas, distribuidas a lo largo de un desnivel de 50 metros, sobre una cuesta montañosa. Alquila cada cuerda por Q25 al año. La última cosecha le brindó suficiente maíz para el abastecimiento familiar, para pagar la renta del campo y proveer algunos gastos de la casa. Además, cultiva arvejas en otro terreno, más cercano a la comunidad, que alquila por Q3 mil anules. La cosecha se entrega a intermediarios que pasan a recogerla en la aldea y la venden directamente en la capital. El precio de compra de la arveja no es proporcional a la calidad del producto y la ganancia de la venta es mínima.
Sin otra alternativa para ganar dinero en su aldea, Juan baja de la tierra fría del altiplano hasta la costa, donde transcurre seis meses trabajando como cortador de caña, desde la edad de 17 años. Durante la última zafra, se quedó trabajando hasta los días de Navidad y de Noche Vieja para ganar el doble del sueldo que el Ingenio paga durante todos los días feriados: en lugar de Q15 por tonelada, Q30. Por eso, el trabajo en la finca no conoce descanso. Y para aguantar, no hay de otra que inyectarse fármacos para no sentir el dolor, para seguir cortando y aumentar la ganancia al final del mes. En las fincas todos los cortadores de caña conocen, por lo menos, un listado de 5 o 6 medicamentos fácilmente conseguibles adentro de las instalaciones de los ingenios: Tramal, Venofer, Artan, Tramadol, Acefan, Ractivan, Neurotropas, Neurobion, Biodirdiecta, Compleben se toman como comerse caramelos.
Con este sistema, muchos cortadores logran superar los límites físicos de corte diario. Juan, por ejemplo, sostiene ser un campeón: logra cortar 12 toneladas diarias. Y es por eso que cada año es premiado entre los empleados modelos, entre los que más rinden a la empresa. Hace tres temporadas, se ganó una bicicleta, luego una estufa y el año pasado un televisor. Sin embargo, nadie de su familia logra gozar de estos premios porque todo se vende para enfrentar los gastos diarios y “seguir adelante”.
Orgullosamente, Juan sostiene que está dispuesto a aguantar cualquier cosa por la necesidad: “por mis hijos y mi esposa me mato”, dice. Y ya estuvo a punto de morirse, el año pasado, por un problema de salud que nunca pudo solucionar completamente. Desde tiempo, le duele el estomago, a veces el dolor es tan agudo que no puede comer ni moverse. Pero él sigue adelante, “para que mis hijos no tengan que pasar lo que paso yo, para que puedan estudiar, tener mejores oportunidades y no tengan que matarse de trabajo en la costa como hago yo”.
En la investigación sobre el dualismo entre ixiles y ladinos, en 1960 Benjamin Colby y Pierre Van den Berghe sostenían: “El clima y las condiciones de trabajo en las plantaciones comerciales varían de malas a abominables. Las tasas de mortalidad y morbilidad son altas, y los ixiles consideran indeseable el trabajo en las plantaciones. Aún más, la mayoría de los indígenas obtiene poco o ningún beneficio económico del trabajo migratorio, y la región se torna cada vez más dependiente del mundo ladino exterior, sin muchos prospectos de mejoramiento económico significativo dentro del actual sistema de producción”[2]. En la actualidad, la dinámica de poder sigue siendo la misma: por una oligarquía terrateniente existe una población indígena que cada año baja de las tierras frías del altiplano para engordar las ganancias de unos pocos: “Como en casi todo el mundo donde una agricultura comercial ha remplazado a una economía basada en cultivos de subsistencia, éstos caen gradualmente en un plano de sub-subsistencia, y un número creciente de campesinos engrosa las filas de un subproletariado agrícola, desorganizado, móvil, fácilmente explotable y mal pagado”[3]. Todavía, a distancia de más de 50 años de estos relatos, “seguir adelante” al estilo de Juan sigue siendo la única forma de sobrevivencia para la mayoría de los indígenas del país.
[1] Libro de Actas del Consejo Municipal de Nebaj, Colby y Van Den Berghe, Ixiles y Ladinos, Editorial “José de Pineda Ibarra”, 1977. PP.: 119-120.
[2] Colby y Van Den Berghe, Ixiles y Ladinos, Editorial “José de Pineda Ibarra”, 1977. PP.: 120-121
[3] Colby y Van Den Berghe, Ixiles y Ladinos, Editorial “José de Pineda Ibarra”, 1977. P: 120











