El viejo abismo de contradicciones todavía latentes en la sociedad guatemalteca se renovó el pasado 30 de junio. El Día del Ejército -que las organizaciones de derechos humanos han designado como Día de los Héroes y Mártires- reclama, cíclicamente, la necesidad de un proceso de reconciliación histórica que nunca se ha dado.
Por las calles del Centro Histórico de Ciudad de Guatemala, la habitual marcha antimilitarista desfiló ruidosa, exigiendo el derecho a no olvidar. El camino recorrido desde el parque Jocotenango hasta la Plaza de la Constitución fue plagado con los rostros de los 45,000 desaparecidos que el conflicto interno dejó en la impunidad.
Los rostros en blanco y negro pegados a postes, paredes, puertas y edificios abandonados son parte del panorama arquitectónico del centro de la ciudad y definen su identidad, dejando marcas que se renuevan, impermeables al paso de las lluvias y de los intentos de limpieza del personal de la Municipalidad. En una ciudad gris e indiferente, renuevan el legado de amor y añoranza que los mantienen presentes entre los vivos, los sobrevivientes.
Los sobrevivientes que ahora pegan los rostros de los desaparecidos y los muertos, fueron ya imaginados por algunos de los que fueron desaparecidos. Aquí dos poemas de dos poetas muertos en la guerra: Otto René Castillo (1936-1967) y Luis de Lión (1940-desaparecido en 1984).
Epitafio
¿Por qué se empeña la muerte
en matar, vanamente, a la vida,
si la más humilde semilla
rompe la piedra más fuerte?
(Luis de Lión)
***
Retorno a la sonrisa
Los niños
nacidos
a finales
del siglo
serán alegres.
(Su sonrisa
es de sonrisas,
colectivas.)
Yo,
hombre en lucha
a mediados del siglo,
digo: a finales del mismo
los niños serán alegres,
volverán otra vez a reír,
otra vez a nacer en los jardines.
Desde
mi oscuridad amarga
salgo y sobresalgo
de mi tiempo duro
y veo el final
de la corriente:
niños alegres,
no más alegres!,
aparecieron
ya se levantaron
como un sol de mariposas
después del aguacero
tropical.
Los niños
inundaron
el mundo
con su canto,
lo veo hoy,
1957, mediados
del siglo 20,
en un lejano
país de América,
en la cuna del maíz
desde mi tiempo áspero
veo un rostro de niño
inundado de gran felicidad
silvestre y colectiva.
Veo los niños alegres
rodeados de inquisidores;
polizontes con hambre
y funcionarios con miedo,
y,
soy feliz en mi presidio
lleno de casas y calles
y látigos y hambre,
porque veo la salida del sol
lleno de flores, talcos y juguetes.
Soy feliz por la niñez futura,
cuya ágil estatura nueva
la llevo guardada
en mi corazón
pobrísimo.
Soy feliz con mi alegría,
porque nada puede impedir
el nacimiento de los niños
al finalizar mi siglo 20
bajo otra forma de vivir,
bajo otro aire profundo.
Soy feliz por la niñez del mundo
venidero, y, lo proclamo a grandes
voces, lleno de júbilo universal.
(Otto René Castillo)